domingo, 28 de octubre de 2012

NO LOGO: CONCIENCIA REAL


Hay pocas cosas más desagradables que no hacer lo que a uno le da la gana. Tenemos esa tendencia más que asumida: yo hago (en la medida de lo posible) lo que creo que es mejor para mí caiga quien caiga. El capitalismo tiene esos matices bien controlados: el sentido de la individualidad extrema da lugar a situaciones globales que solo pueden entenderse en ese contexto de despreocupación occidental, también extrema.

Si se rumorea que unas zapatillas, o el balón de los héroes  futbolísticos de última hora las cosen menores de edad en Indonesia por menos de un euro al día, o la cafetería de moda explota las plantaciones de café que suponen la riqueza de países enteros en vías de desarrollo (hasta el punto de registrarlos como propios, el colmo de la desvergüenza) para arrancarles sus beneficios a la vez que explota a sus ciudadanos, o el anillo de diamantes más glamuroso está manchado de sangre congoleña, con ignorarlo tenemos de sobra, así nos ha ido.

Esta ignorancia, como cualquier otra, se cura leyendo.

 

No Logo explica en detalle las dramáticas situaciones que las grandes marcas provocan por toda la geografía mundial, y en especial en países en vías de desarrollo, utilizados como fuente de mano de obra barata y materiales, sin pagarles lo que les corresponde, y ya de paso llevándose la industria de países occidentales a los que no les vendría mal unos cuantos puestos de trabajo, pero que siempre cobrarían más que un niño tailandés.
La principal moraleja de este libro es que el subdesarrollo conviene a los iconos  del capital, a las grandes marcas que nos visten o alimentan, y que nutren también un sistema basado en el pillaje, la mentira, y la ignorancia de medio mundo que se acomoda en el estilo de vida que ellas marcan sin cuestionarse de dónde vienen los excesos que disfrutan.
Al fin y al cabo, ¿qué es la marca? Un producto más, simplemente eso. Todavía hay desertores de la lógica que creen ser los más chic del lugar con su sudadera GAP, su polo Tommy Hilfiger o sus Levi’s, y no saben que ni siquiera la corporación que da nombre a la marca fabrica esa ropa,  solo les pone un sello, los vaqueros,  sudaderas, polos y demás vienen de subcontratas donde se consigue a cuatro duros un pantalón que pasa a costar un riñón por implantarle una etiqueta roja.
Está de moda ser solidario, y ahí viene la paradoja: no es más solidario el que da más limosna, sino el que menos participa del sistema que provoca que la limosna sea una realidad. Al final del todo no debe haber limosnas, debe haber  justicia. Y por esta regla de tres no es muy lógico ser solidario calzando zapatillas nike, es una incongruencia en sí misma.
La obra de Naomi Klein debería ser lectura obligatoria. Aunque no sea el libro más ligero del mundo (en ningún sentido porque además es grande), aunque contenga información densa que en ocasiones hay que releer para asimilar, aunque  no sea fácil como el Código Da Vinci, es un precio bajo a pagar por unos ojos realmente abiertos al mundo, a la realidad que no solo nos rodea si no que nos implica, y de la que, no nos engañemos, en nuestra medida también somos responsables.
Mucha gente opina que las cosas no van a cambiar, que el hecho de que uno se prive de una prenda o una marca que le gusta mucho no va a provocar que se cierren todas las fábricas clandestinas, o que les suban sueldo y mejoren derechos a los trabajadores. Desde luego que no va a pasar eso. La cuestión no es el cambio inmediato, es el personal. La pregunta que debemos hacernos es si queremos ser perchas, maniquís humanos de la sinrazón, de la injusticia y de la miseria, si queremos vestirla con la moral del esclavo que ello implica.
En el libro en cuestión hay cantidades ingentes de información, de marcas implicadas en el entramado mundial de la deslocalización empresarial (curioso eufemismo) y la explotación a muchos niveles. No es mi intención desvelar las grandes (y amargas) sorpresas que Naomi Klein ha denunciado en sus páginas, lo que sí es mi deber como ciudadana comprometida es invitaros a que lo leáis y saquéis vuestras propias conclusiones. Probablemente sea un libro que modifique radicalmente vuestra forma de entender el mundo, y es más que seguro que si lo comprendéis y os sensibiliza, hará de vosotros mejores personas, y le quitará algún que otro cliente a los desalmados que pretenden marcar nuestra forma de vivir.
No olvidéis que la base de toda riqueza está en el robo, y entenderéis a la perfección la obra de Klein. Mucha suerte con ella.
 
Alba Sánchez

lunes, 22 de octubre de 2012

EL CIEGO QUE NO QUIERE VER


 

Se veían venir las declaraciones de Cospedal: “la victoria popular en Galicia es un claro respaldo a las políticas del gobierno”. Ahí queda eso. Me disponía yo a hacer un análisis electoral, con sus cifras, sus porcentajes y todas esas cosas que pueden hacerte parecer un buen periodista, pero se me han quitado las ganas tras escuchar glorias como la de la secretaria general pepera.

Y es que me parece indignante que ante unas elecciones donde la única mayoría ha sido de la pasmosa abstención, todavía tengan la cara de colgarse laureles que no son sino de humo. El Partido Popular tiene una victoria parlamentaria pasmosa, pero nada que ver con su fracaso electoral: ha perdido, entre otras cosas, cerca de 200.000 votos con respecto a las elecciones autonómicas, pero eso ahora no importa porque ahora están de fiesta y no hay que cortar el rollo con numeritos.

Eso es lo que se entiende en este gobierno por apoyo y respaldo: tener una mayoría dentro del 63% de los votantes convocados que han acudido efectivamente a votar, es suficiente en la más cutre de las democracias. No importan las abstenciones ni el descontento que pueda haber ante un porcentaje tan elevadísimo de personas que no han querido participar en su juego democrático de pacotilla. No hay peor ciego que el que no quiere ver, desde luego.

Por primera vez en nueve meses, Mariano habrá dormido como un bebé, a pierna suelta, mecido por el arrullo de los vítores a Feijóo, pensando que realmente ha solucionado algo, que los gallegos están con él. Yo personalmente creo que no es lo mismo tener la mayoría de los votos, que tener un apoyo social mayoritario. Para lo segundo hace falta algo más que irse a comer pulpito a la gallega cámara mediante. O eso quiero creer.

No obstante, ahora creen tener carta blanca con esos apoyos ilusorios que se sacan de la manga, lo cual quiere decir más penuria, más recortes y más miseria. Lamentable y previsiblemente se harán fuertes en el recuerdo de las elecciones gallegas (no tanto en el de las vascas) durante algunos meses más, justificando lo injustificable, campando a su anchas y a golpe de decreto con los tiranos métodos de gobierno que se gastan y que todos conocemos.

He de reconocer que me han decepcionado profundamente los resultados de Galicia, un pueblo de trabajadores como cualquier otro de España, un pueblo que está muy lejos de verse social y/o económicamente reflejado con los intereses de la derecha, que pone su destino en quienes ya han demostrado que lo que tienen preparado para España no es sino recorte tras recorte, vejación tras vejación. No obstante si eso es lo que quiere Galicia, hágase su voluntad, pero a mi si me lo permiten y por eso de no perder la esperanza, seguiré pensando que el problema sigue siendo el mismo, que la misma falta de fe que no sin razón aleja a más de uno de las urnas, es la victoria de quienes cuentan con un voto de clase. Esa ventaja, hay que reconocérsela, mal que nos pese.  Lo peor es que a veces me da por pensar que se lo ponemos fácil…

miércoles, 17 de octubre de 2012

EDUCADORES DE LA JUSTICIA


Aún a riesgo de parecer una visionaria de tres al cuarto diré que hoy más que nunca estoy convencida de que no hay nada de casual en la política.

El hecho de que quieran darle la puntilla a la educación pública desde el gobierno (por llamarlo de alguna forma) de Rajoy con su esbirro Wert al frente de la masacre, responde a necesidades empresariales que a estas alturas de la película a pocos se le escapan. Empresas son, al fin y al cabo, los colegios, institutos y universidades privadas. La mayoría, por cierto, con sus correspondientes curitas al frente, casualidad pura y dura, vamos.

La educación es un derecho y no solo a la española, oigan. Es un derecho fundamental, de esos que no deberían pasarse por el forro cada dos por tres, pero ya que parece que aquí ese tipo de derechos solo están para los que pueden pagar matrículas de varios miles de euros, habrá que hacerles saber al menos que sus políticas no son bienvenidas: saliendo de nuevo a la calle en mareas verdes, con padres, madres, alumnos, profesores parados o no de esos que el Ministro dice que sobran, con toda esa gente que participa de un sistema que garantiza ya muy mínimamente el acceso universal y gratuito a la cultura, a la alfabetización, a ser persona, en definitiva.

No nos engañemos, por ellos si no supiéramos leer ni escribir tanto mejor, puesto que así de simple sería manipularnos. Un pueblo jamás puede decirse libre sin educación de por medio, para lo cual hace falta un maestro que haga su trabajo en condiciones dignas y de libertad, y una madre que pueda enseñar a ser una mujer completa y libre pudiendo compaginar su trabajo con la escolarización y crianza de sus hijos, y alumnos que no cierren la boca cuando pretendan hacerles pasar el invierno en las aulas sin calefacción, o personas que entiendan su identidad nacional como algo constructivo sin "españolizaciones" absurdas. Todo eso es la escuela pública, por todo eso hay que rasgarse las vestiduras mañana y las veces que hagan falta.

La Segunda República española dignificó como nunca se había visto antes la figura del maestro, que ahora parece ser una especie de pusilánime opositor de mucho y titular de pocas plazas. Cuando por fin se ha dejado de oír aquella ominosa expresión utilizada antes de que la República tomase cartas en el asunto “pasas más hambre que un maestro de escuela”, parece que quieran llevarnos de nuevo a ese punto. No es de extrañar, ya que este gobierno se muestra sospechosamente nostálgico con prácticas de allá por 1975 y años anteriores. El que quiera entender que entienda.

La educación es un arma, y el maestro una herramienta, y probablemente una de las profesiones más importantes para la Democracia en tanto que sea transmisor de libre pensamiento: eso no se hace con crucifijos al frente del encerado, se hace con formación y confianza en el sistema, de eso que ya queda poco.

El ministro se empeña en paternalismos absurdos sobre las dificultades económicas y su cansino blablablá, olvidándose lo más importante: la educación pública no es un regalo que él o Rajoy nos hagan por haber sido buenos, es fruto de nuestro trabajo, y es pagado con nuestro dinero, y es para el disfrute de nuestros hijos. Ante esa evidencia, cualquier excusa no es más que una cortina de humo que beneficia a los de la estampita y sus centros educativos, y permite dar más dinero a los bancos –nuestro también- mientras nuestro Estado del Bienestar se queda en bragas.

Solo si defendemos con uñas y dientes nuestra enseñanza pública podremos seguir llamándonos mujeres y hombres libres. No se deja al fin y al cabo de ser libre mientras se lucha por la libertad y por la justicia que no se tiene. Por eso desde ésta bitácora, todo mi apoyo a todos los maestros, estudiantes, padres y madres que luchan por un futuro de todos y donde todos tengamos iguales oportunidades.

Antes de terminar quiero dedicar este artículo a todos mis amigos maestros y profesores. La mayoría de ellos mañana no enseñarán en un aula, pero enseñarán en las calles a ser un ciudadano comprometido con la Justicia.

EDUCACIÓN PÚBLICA DE TODOS Y PARA TODOS

 

Alba Sánchez

viernes, 12 de octubre de 2012

12 DE OCTUBRE: HISTORIAS DE ORGULLOS Y ARMAS


Hoy es el Día de las Fuerzas Armadas y no tengo clase, cosa que me encanta porque por supuesto que me seduce la idea de dormir hasta tarde, pero que no entiendo del todo. Al fin y al cabo, nada tengo que ver –ni ganas- con el mundo militar armamentístico. Supongo que el hecho de que mi país sea un gran inversor en el negocio, así como sus bancos, me obliga a tener un día más de fiesta en el calendario.
Bromas aparte, es que además del día de la Fiesta Nacional… curiosa coincidencia. Quizás preferiría que coincidiese con el día del Orgullo Gay o con el de la Madre la verdad, me parece más tierno que celebrar el orgullo patrio entre tanques, que más que tierno me parece una brutalidad. Pero bueno, al fin y al cabo este es el país del “es lo que hay” o el “esto son lentejas”, como diría mi abuela.
Pues como son lentejas y el que quiere las deja, yo más bien las dejo. Me es difícil sentirme orgullosa de ser española con la que está cayendo, ya de entrada, pero además sentirlo en el día en que se conmemora una brutal colonización a los que eran países libremente ignorantes de lo que se cocía en nuestros espíritus ambiciosos e imperialistas, eso me resulta sencillamente imposible.
No es que me sienta responsable de lo que hicieran los conquistadores en aquella ya muy lejana época –y quizás debería más que nadie por extremeña-, es que creo que  sin rencores ni revanchas deberíamos llamar a las cosas por su nombre. Los españoles en América Latina, y los ingleses en el norte no conquistaron nada porque en América ya había pueblos libres. Además en una simbiosis con la naturaleza excepcional, que en lugar de ser admirada fue motivo de tacharles de bárbaros y poco menos que de animales.
Ellos también tenían lo suyo, no vamos a decir que todo estuviera genial porque eso nunca y en ningún sitio. Moctezuma, por ejemplo, no era precisamente un alma de la caridad desde luego, pero no hay que confundir la liberación de un pueblo de lo que se considera un tirano con la evangelización y el sometimiento posterior del mismo a una cultura y a una religión que ni les va ni les viene. Esas ansias libertadoras no pueden no recordarme a las acciones estadounidenses contra Sadam Hussein, con la filosofía de “hay que liberar a esta gente, y de paso quedarnos con lo suyo”… Pues como que no.
Era otra época, otra mentalidad, y la historia sucedió así y es imposible de cambiar. Pero no pasa nada por simplemente reconocer los hechos históricos, y por supuesto por no celebrar ese día como el del orgullo nacional.
Por otra parte está eso de despertarte –si vives en Madrid- los 12 de Octubre al rugir de los kazaa. Aunque se nota que este año han recortado y solo he oído uno, me parece un horror, así de crudamente, que el sonido que para otras personas en otras partes del mundo significa muerte y destrucción, lo que debe ser como el oír las campanas del apocalipsis con su consecuente pavor y desesperación, aquí sea motivo de jolgorio y exaltación del orgullo nacional.
Me parece simplemente un insulto para los pueblos que sufren guerras –de las que por cierto nos beneficiamos-. Me parece una frivolización tan innecesaria como cruel. No lo soporto. ¿Es de eso de lo que debo sentirme orgullosa? ¿De las máquinas de matar que mi país tiene y exhibe como si de un tesoro se tratasen? ¿De verdad hasta ese punto estamos locos?
Los españoles tenemos cosas de las que sentirnos realmente orgullosos y que no comprometen las conciencias que –como la mía- no comulgan mucho con el rollo militarista y su asociación al patriotismo, ni tienen que ver con colonizaciones que conmemoren supremacías internacionales tan obsoletas como falsas. Podríamos celebrar la Fiesta Nacional en el Día del Donante de Sangre o en el Día Mundial del Trasplante, campo en el que uno puede sentirse muy orgulloso de ser líder mundial, pero no. Preferimos sacar los tanques y los aviones y aplaudir al paso de la cabra de la Legión. Preferimos seguir escuchando en el centro de Madrid las campanas del apocalipsis, que en nuestra eterna soberbia nos suenan a gloria.

domingo, 7 de octubre de 2012

LA CELESTINA: EL PLACER DEL BUEN TEATRO


Hoy en día, en este país llamado España, o lo que quiera que quede de él, es difícil llenar un teatro con una obra clásica. Es aún difícil cuando se trata de una de las joyas del Siglo de Oro Español, ya que las últimas generaciones de escolares van perdiendo conocimientos profundos de literatura junto con el detrimento de sus planes de estudio.

Tras deleitarme el sábado con la interpretación de La Celestina en el madrileño teatro Fernán Gómez, he de decir que hoy siento más que nunca esa lejanía del español medio ante los aspectos más brillantes de su patrimonio cultural. Porque el teatro no estaba lleno, pero el Camp Nou hoy si que lo estará. En fin.

No obstante me he propuesto la promoción desde mi pequeña bitácora de una obra de teatro que tengo que describir como sobresaliente. Simplemente magnífica.

La dirección de Mariano de Paco ha conseguido crear un ambiente tenebroso a la par que místico que envuelve al espectador en la trama de forma casi absorvente. Esto junto a la soberbia actuación de todos y cada uno de los actores, descatando a una genial Gemma Cuervo en el papel principal de Celestina, hacen que el resultado final sea prácticamente impecable.

La adaptación lingüística es sin duda uno de los aspectos que más me llamó la atención de esta versión. La duda estaba en si respetarían el idioma clásico en que Fernando de Rojas parió su libro así, en bruto. Personalmente temía que de ser así la comprensión no fuera del todo fácil, mas me equivocaba. Respetándose en muy buen grado el clasicismo expresivo e idiomático de la época, no se ha perdido ni un ápice de comprensión, desde mi punto de vista. Digamos que se ha elegido la forma más accesible del lenguaje clásico, pero con el toque de simplicidad que ayudará a acercar una de las grandes obras de nuestra historia a todos los públicos que tengan la suerte de presenciar tan recomendable representación.

Gemma Cuervo desarrolla un papel desgarrador. Dibuja una Celestina que a mi modo de ver es muy parecida con la idea que yo misma me hice de aquella “puta vieja y hechicera” –como se refieren a ella constantemente en la obra- cuando leí el libro de Rojas hace como siete u ocho años. En general no solo la protagonista, sino todo el reparto está muy a la altura de una representación de tal calibre. Personajes con carácter y fuerza, interpretación impecable, sin fallos, sin dudas, durante dos horas enteras del tirón. Se merecían, francamente, los innumerables aplausos que recibieron al final.

Tecnicismos a parte, he de añadir que la vigencia de los valores que la obra promovió cuando fue escrita es absoluta en los días que atraviesa España: el poder de autodestrucción personal de la avaricia, la filosofía del Carpe Diem y el elogio sereno a la juventud que no ha de durar para siempre y que debe aprovechar su fuerza y su momento, están plenamente presentes tanto en la obra como el las representaciones culturales y sociales actuales. Como última reflexión, una Melibea que se arrepiente de haberse sujeto a cánones demasiado estrictos cuando no hay vuelta atrás y siente el tiempo perdido. Una preocupación que a todos identificará en algún momento de nuestra vida, sin duda. Reflexiones muy cercanas y certeras.

Por todo esto, y por tantas otras cuestiones en las que no puedo extenderme por no hacer trizas las sorpresas que la obra entraña, he de recomendaros muy mucho que vayáis a verla si es que podéis. Nunca está de más hacer algo diferente, enriquecedor desde muchos puntos de vista, dadle una oportunidad al teatro de ayudaros a desplegar vuestras alas y no os defraudará, tanto si sois aficionados como si os estrenáis en el arte de saborear una buena actuación y un buen montaje. 




Bonito final de semana 



PS: La Celestina estará durante el mes de octubre en el teatro Fernán Gómez de Madrid, en la Plaza de Colón. Atrápalo os da la oportunidad de conseguir las entradas un poco más baratas y esto no lo digo por promocionarles sino por ayudaros a ahorraros cinco euretes que vienen bien para una caña a la salida. Reservando con atrápalo.com la entrada te sale a 15 euros.