Hay pocas cosas más desagradables que no hacer lo que a uno
le da la gana. Tenemos esa tendencia más que asumida: yo hago (en la medida de
lo posible) lo que creo que es mejor para mí caiga quien caiga. El capitalismo
tiene esos matices bien controlados: el sentido de la individualidad extrema da
lugar a situaciones globales que solo pueden entenderse en ese contexto de
despreocupación occidental, también extrema.
Si se rumorea que unas zapatillas, o el balón de los héroes futbolísticos de última hora las cosen menores
de edad en Indonesia por menos de un euro al día, o la cafetería de moda
explota las plantaciones de café que suponen la riqueza de países enteros en
vías de desarrollo (hasta el punto de registrarlos como propios, el colmo de la
desvergüenza) para arrancarles sus beneficios a la vez que explota a sus
ciudadanos, o el anillo de diamantes más glamuroso está manchado de sangre
congoleña, con ignorarlo tenemos de sobra, así nos ha ido.
Esta ignorancia, como cualquier otra, se cura leyendo.
No Logo explica en detalle las dramáticas situaciones que las
grandes marcas provocan por toda la geografía mundial, y en especial en países
en vías de desarrollo, utilizados como fuente de mano de obra barata y materiales,
sin pagarles lo que les corresponde, y ya de paso llevándose la industria de
países occidentales a los que no les vendría mal unos cuantos puestos de
trabajo, pero que siempre cobrarían más que un niño tailandés.
La principal moraleja de este libro es que el subdesarrollo conviene
a los iconos del capital, a las grandes
marcas que nos visten o alimentan, y que nutren también un sistema basado en el
pillaje, la mentira, y la ignorancia de medio mundo que se acomoda en el estilo
de vida que ellas marcan sin cuestionarse de dónde vienen los excesos que
disfrutan.
Al fin y al cabo, ¿qué es la marca? Un producto más,
simplemente eso. Todavía hay desertores de la lógica que creen ser los más chic
del lugar con su sudadera GAP, su polo Tommy Hilfiger o sus Levi’s, y no saben
que ni siquiera la corporación que da nombre a la marca fabrica esa ropa, solo les pone un sello, los vaqueros, sudaderas, polos y demás vienen de subcontratas
donde se consigue a cuatro duros un pantalón que pasa a costar un riñón por
implantarle una etiqueta roja.
Está de moda ser solidario, y ahí viene la paradoja: no es
más solidario el que da más limosna, sino el que menos participa del sistema
que provoca que la limosna sea una realidad. Al final del todo no debe haber
limosnas, debe haber justicia. Y por
esta regla de tres no es muy lógico ser solidario calzando zapatillas nike, es
una incongruencia en sí misma.
La obra de Naomi Klein debería ser lectura obligatoria.
Aunque no sea el libro más ligero del mundo (en ningún sentido porque además es
grande), aunque contenga información densa que en ocasiones hay que releer para
asimilar, aunque no sea fácil como el
Código Da Vinci, es un precio bajo a pagar por unos ojos realmente abiertos al
mundo, a la realidad que no solo nos rodea si no que nos implica, y de la que,
no nos engañemos, en nuestra medida también somos responsables.
Mucha gente opina que las cosas no van a cambiar, que el
hecho de que uno se prive de una prenda o una marca que le gusta mucho no va a
provocar que se cierren todas las fábricas clandestinas, o que les suban sueldo
y mejoren derechos a los trabajadores. Desde luego que no va a pasar eso. La
cuestión no es el cambio inmediato, es el personal. La pregunta que debemos
hacernos es si queremos ser perchas, maniquís humanos de la sinrazón, de la injusticia
y de la miseria, si queremos vestirla con la moral del esclavo que ello
implica.
En el libro en cuestión hay cantidades ingentes de
información, de marcas implicadas en el entramado mundial de la deslocalización
empresarial (curioso eufemismo) y la explotación a muchos niveles. No es mi
intención desvelar las grandes (y amargas) sorpresas que Naomi Klein ha
denunciado en sus páginas, lo que sí es mi deber como ciudadana comprometida es
invitaros a que lo leáis y saquéis vuestras propias conclusiones. Probablemente
sea un libro que modifique radicalmente vuestra forma de entender el mundo, y
es más que seguro que si lo comprendéis y os sensibiliza, hará de vosotros mejores
personas, y le quitará algún que otro cliente a los desalmados que pretenden
marcar nuestra forma de vivir.
No olvidéis que la base de toda riqueza está en el robo, y
entenderéis a la perfección la obra de Klein. Mucha suerte con ella.
Alba Sánchez