Esta es una carta complicada, Uve.
Todo un reto. A veces es necesario tomar distancia para escribir algo
meridianamente bueno y digestivo sobre temas de especial implicación
sentimental. Esto lo aprendí del periodismo, y en ocasiones me
resultó harto dicífil.
De la literatura aprendí lo contrario,
aprendí a poner toda la carne en el asador, a impregnar cada palabra
de afectividad, de sentir real, a transmitir algo más que
información, a hacer llegar sensaciones y sentimientos.
Y hoy me encuentro en la tesitura de
querer ofrecerte un punto intermedio entre mis dos pasiones y
habilidades profesionales. Pero es que vengo a hablarte de la figura
de la madre, y la implicación sentimental es total, la distancia muy
corta, la afectividad total. Veremos a ver qué sale.
Para entender lo que es, y sobretodo lo
que significa una madre no hace falta hablar de entrada del amor
infinito (que lo hay), de la amnegación, del sacrificio. Todo esto
existe en la figura materna, pero no es lo único que hay debajo de
ese nombre. Tras el cartel de "mamá" hay, en términos
biológicos, una mujer que gesta y pare. En términos humanos, una
persona que cría, cuida, ama. ¿Te has fijado que en esos términos humanos, no es absolutamente necesario que la madre tenga sexo
femenino? ¿Y que tampoco es necesario que te haya llevado en su
vientre?
Hay mamás que son abuelas o abuelos,
mamás que no llevaron a sus peques en la barriga, mamás que no lo
son desde que sus hijos nacieron sino que se convirtieron más tarde
a esa condición. Hay madres que son hombres. Madres que solo
gestaron y parieron. Madres con título y sin él. Madres que no
pudieron serlo. Hay madres, y madres.
No quiero liarte, pero si quiero que
entiendas un poquito el mundo que habitas, será necesario hacerte un
pequeño embrollo.
La madre es la autora de los días de
cada uno. Es quien te entrega el testigo de la Vida de una u otra
manera. Ya sea pariéndote, pasando por una cesárea en la que se
juega la vida, recogiéndote en un horfanato, o incorporándote a su
nido cuando la vida te da la espalda. La madre es el amor hecho
persona. Y sí: es entrega, es abnegación, es -mucho- sacrificio.
Ser madre no significa ser perfecta. Mi
madre no es perfecta. Yo desde luego no lo soy, y algún día te
darás cuenta de ello. Mi madre es una mujer que muchas veces no ha
estado en casa (como yo), por salir a trabajar o por otras cuestiones. Mi madre es una mujer
que se encarga de tantas cosas que al final se ha convertido en una
tremenda despistada (camino que parece que sigo yo también). Mi
madre a veces prefiere descansar o salir con sus amigas que pasarse
la mañana cocinando para nosotros. Otras veces se va y no nos deja
hecha la cena. Alguna vez se olvidó de hacerme un bocata para el
cole, o plancharme una camisa, o qué se yo... No siempre le dió tiempo a
satisfacer todos los requerimientos que muchas veces volcamos sobre
ellas.
Y ahora me alegro. Me alegro de que no
siempre (aunque casi siempre) tuviese tiempo para mí, me alegro de
que en algunos momentos pareciera que yo no fuese su absoluta
prioridad (aunque en el fondo sí que lo era), me reconforta pensar
que pudo hacer su vida dentro de la vorágime de responsabilidades
que se te vienen encima cuando te conviertes en madre. Me gusta
pensar que no todo fue abnegación para ella, que no todo fue
sacrificio, que no todo fue difícil. Aunque ahora soy madre y se el
reto al que se enfrentó, y sé que estuvo ahí aún cuando no me di
cuenta.Y tengo claro que fue difícil.
Madres, las hay para todos los gustos,
pero tienen en común una cosa: son personas. Tienen sus necesidades,
quieren vivir su vida y quieren compartirla con nosotros, sus hijos.
Pero también quieren echarse una buena siesta, también les da
pereza tender la lavadora, quizás no les guste nada cocinar, o no
sepan coser los tomates de los calcetines. Les gustaría tomarse un
gin tonic en algún bar abierto hasta el amanecer sin hora de
regreso, o fumar alguna sustancia ilegal y reír hasta reventar para
soltar todo el estrés que acumulan. Son humanas. Y no por eso son
peores madres. No nos quieren menos. Solo son humanas. Con sus
necesidades, con sus dudas, con sus inquietudes, con sus proyectos y
sus aspiraciones.
Cuando yo tenía unos seis o siete
años, mi madre llegó un día muy feliz a casa mientras yo cenaba y
me dijo, eufórica, algo que no comprendí: se había sacado el
título de auxiliar de enfermería. Me sonó a chino y,
probablemente, seguí zampando salchichas frankfurt mientras veía
Barrio Sésamo.
Ahora tengo casi treinta años y lo
entiendo perfectamente. Yo soy la segunda de sus hijos y con dos
críos a la espalda, a mi madre se le había metido en la cabeza ir a
mejor en su profesión, y había apostado por los cuidados
hospitalarios, la que ha sido su profesión hasta hoy y el sustento
económico principal de nuestra familia en muchas etapas de nuestra
historia. Apostó por ella misma, y ganamos todos. Por fin entendí
esa euforia, esa celebración tan merecida, ese tanto que le marcó
una mujer a la maternidad tradicional.
Me da la sensación de que, escriba lo
que escriba, no voy a dejarte claro lo que es una madre en unas pocas
líneas llenas de letras. Supongo que entenderás lo que signifique
para ti tu propia madre, como yo entiendo esa figura a través de la mía. Ese es mi particular reto. Ser a tus ojos
una mujer libre, de mente inquieta, con hambre de aprender muchas
cosas, con ganas de olvidar muchas otras, con mis miserias, con mis
errores, con mis capacidades y mis límites, con mi pereza por tender
la lavadora y mi ineptitud para coser botones. Con mi pasión por las
letras y los viajes. Con mi mano inquierda. Con mi amor infinito
hacia ti.
Afortunadamente, por defecto y en
general todas las madres somos la mejor del mundo para nuestros
cachorros. A veces pienso que no seré una madre tan estupenda como
la que yo he tenido, pero como tengo claro que la mía es única, ni intento
parecerme a ella. Me basta con las grandes lecciones que me ha dado y
me dará sobre lo que es querer a tus hijos y hacer que se sientan
queridos, respaldados, comprendidos y apoyados.
Y si el día de mañana observas a
otras mamás y ves que no metieron a sus bebés en una furgo y se
largaron a recorrer kilómetros con ellos, como yo hice contigo. Si
ves que otras mamis no mandaban a sus niñas a la guarde un ratito
antes de trabajar para tener tiempo para escribir. Si te das
cuenta de que algunas madres no salen sin sus hijos, ni se van el día
de la madre a tomar una cerveza con sus amigas, o que quitan mejor
las manchas de la ropa de lo que yo lo hago, o pueden cocinar sin
prisas. Perdóname y compréndeme. No todas las madres somos iguales.
Recuerda que solo soy otra humana, perdida en un mundo que apenas
comprende, tratando de ser feliz y de desarrollarse a sí misma.
Sobretodo ten en cuenta que todo
lo que tenga que ver contigo será para mí terreno sagrado. Pero
permíteme que no sea demasiado abnegada, que te muestre de vez en
cuando mis alas de libertad. En el fondo lo único que quiero es que
veas las mías, para que el día de mañana valores y defiendas las
tuyas. Quizás hasta eso de ser libre lo haga por ti, a estas
alturas. Porque soy tu madre. Por que te quiero.
Y te quiero libre.