jueves, 21 de septiembre de 2017

Cartas a Uve. La Democracia.



Hay una cosa que me da realmente miedo, querida Uve. Quizás dos cosas. Que no comprendas lo que significa “democracia”, y que no quieras asumir tu papel activo respecto a ella. 

Dicen que tú y yo vivimos en una sociedad democrática, tanto a nivel nacional como supranacional. Yo no lo tengo muy claro. Y no es porque me considere una antisistema radical contra toda forma de orden y gobierno, sino porque no entiendo dónde reside el poder final de esta sociedad que habitamos. O si lo entiendo y no me gusta, y no identifico el actual proceso institucional con valores democráticos. Aún así, a título personal, me considero una demócrata convencida, pero a mi manera. Porque no es lo mismo declararse demócrata en España, en Francia, en Venezuela, en Estados Unidos… Las implicaciones sociales del término son muy diferentes en cuanto cruzas una frontera. 

Por eso yo no he venido hoy a rallarte con acepciones sociales del término. Vamos a hablar de democracia como a mí me gusta hacer las cosas, desde el corazón. 

Si nos vamos al diccionario, nos dirá que la democracia es la “forma de gobierno en la que el poder lo ejercen los ciudadanos”. Hasta ahí, todo muy lindo. Cuando nos metemos en el “cómo” ya la cosa cambia. ¿Quiere esto decir que nuestro papel como ciudadanas rasas es el de votar cada cuatro años a nuestros representantes a esperar a que –con suerte- hagan aquellas cosas que dicen que van a hacer en períodos electorales? Sólo el hecho de tener derecho a voto, ¿nos convierte en un país democrático? 

No me malinterpretes. El derecho a voto es irrenunciable y sagrado. Ha costado muchas vidas y si no existiese, habría que inventarlo. Desde luego sin él, no hay democracia pero, ¿es suficiente? 

Desde mi punto de vista, la democracia no es una forma de gobierno, sino que es un valor y un convencimiento que cuando se convierte en colectivo, da como resultado una forma de gobierno. Es una manera de entender el mundo partiendo de la base de que todas las voces importan y de que todas las personas somos iguales en derechos, en valor, en responsabilidad. 

La premisa básica sobre la democracia es que el gobierno de la mayoría es su máxima expresión. Me gustaría que entendieses que eso solo es así si la mayoría es real, es decir, si se ha pronunciado una mayoría significativa de personas. Ha habido muchos gobiernos en la historia de la humanidad que se han hecho llamar demócratas sin contar con una mayoría real, ni tan siquiera significativa si atendemos a las abstenciones. 

¿Son los abstencionistas una pandilla de irresponsables que no tienen derecho a quejarse de lo que pasa en su sociedad por no querer participar de las decisiones colectivas? Pues como todo en la vida, esto tampoco es blanco ni negro. Las personas que, viviendo en una democracia, deciden no participar de las decisiones oficialistas de la misma por diferentes motivos, pueden ejercer sin duda sus derechos fundamentales exactamente igual que aque que sí vota. Y estos derechos fundamentales muchas veces nos llevan a ejercer otras formas de democracia que a veces, son más democráticas y denotan actitudes más comprometidas con la democracia que la de aquel que se pasa por la urna cada cuatro años y el resto del tiempo se olvida. 

Cuando hablo de otros ejercicios democráticos me refiero a muchos: a manifestarse colectivamente por lo que se considera justo, a movilizar a quienes piensan de determinada manera para defender pacíficamente su posición, a recoger firmas, presentar iniciativas institucionales, hacer propuestas, trabajar de forma comunitaria por mejorar nuestro entorno, dar voz a quienes no la tienen, incluso quejarnos de nuestros representantes abiertamente si no están a la altura de la ciudadanía que les elige. 

La democracia no va de ganar o perder, se trata de que todas ganemos. Por eso nunca dejará de sorprenderme cuando el partido de turno “gana” las elecciones y lo celebra como si de una nochevieja se tratase. ¿No se dan cuenta? Les acaba de caer encima el enorme peso de la democracia, la gigantesca responsabilidad de gestionarla mirando por todos y todas. Es una tarea tan tremendamente importante que saltar en un balcón me parece de una frivolidad preocupante, máxime si tenemos en cuenta en el lamentable estado en el que van dejando en nuestro país, gobierno tras gobierno, una democracia que ya nació maltrecha. 

Pero no hablemos de nuestro caso, Uve. Miremos a la democracia de frente y no le pongamos colores ni etiquetas. Es el gobierno de quienes creemos en la libertad y en la igualdad. Y para respetar la igualdad y la libertad del otro hay que hacer un ejercicio básico y demasiadas veces pasado por alto: escuchar. Ser demócrata exige capacidad de escucha. Aunque ganes las elecciones, aunque sea con mayoría absoluta, aunque quien hable sea una minoría aparentemente irrelevante, si eres un demócrata convencido, te importará lo que todo el mundo tenga que contarte. Sabrás responder a las necesidades de tus conciudadanos con honestidad, desde las instituciones, desde la calle, desde tu puesto de trabajo, en tu hogar, en todos los contextos. 

Democracia es justicia, comprensión, solidaridad. Es ser capaz de renunciar a algunas cosas por el reparto equitativo. Es comprender que pagar impuestos es un acto de responsabilidad social y de solidaridad ciudadana. Ejercer democracia es hacer efectivo el respeto de una sociedad por sí misma, y el compromiso que tiene por su propio avance hacia el bienestar colectivo. 

No te dejes engañar por quienes enarbolan la bandera de la solidaridad pero no escuchan, pero mienten a su pueblo, pero ejercen el poder por la fuerza, pero no son capaces de salir de sí mismos. Las personas que se comportan así nunca podrán representar valores democráticos, aunque se aprovechen para ganar dinero de las instituciones de países que dicen –o que quieren- serlo. Ellos están ahí, diciendo que representan a un pueblo, pero solo se representan a sí mismos y a quienes a ellos les sostienen en las esferas de poder. 

A veces, hay que mirar a sitios que parecen poquita cosa para ver democracia. Un equipo de trabajo de cualquier materia que se reparte las tareas compensándolas según sus capacidades. Un grupo de escolares que elige a mano alzada si quieren jugar a fútbol o a baloncesto y una profesora que decide que hoy jugarán a lo que diga la mayoría, y mañana la minoría tendrá su rato de juego. Un padre que reparte con exactitud la merienda de sus hijos, porque sabe que hay cosas con las que no se juega y la comida es una de ellas. Una comunidad que bloquea el desahucio de un vecino porque defiende un derecho irrenunciable de su Constitución. Una señora que escribe “ladrones” en la papeleta aunque sabe que así su voto no será contabilizado. 

Comprometerse con la democracia es comprometerse con todas y con todos. Es ponerse del lado del bien común y de la justicia. Es saber que la ley no tiene por qué ser justa y que desobedecer ante una injusticia flagrante puede ser, también, un acto de democracia. Piensa que los dictadores también emiten sus leyes, y no se nos ocurriría afirmar que la legislación del franquismo era precisamente democrática. Democracia no es subyugación, no es dominio de unos sobre otros, no es callar la boca y esperar cuatro años. Democracia es saber y convencerse de que la historia la hacen los pueblos y de que solo su voz colectiva es la que importa, con todos sus colores, con todas sus formas, con todos sus matices.  

Deja que tu concepto de Democracia salga de las paredes de parlamentos, senados, e instituciones. Empéñate en conocer a quienes contigo comparten sus días. Acércate a todas, pregúntales qué quieren, qué necesitan, qué les preocupa. Entérate de cómo viven todos. Compréndelas a todas. Y solo entonces tendrás la clave, la llave que abre la puerta de esa idea de justicia social que nace de la empatía entre seres humanos. Eso es democracia, al menos para tu madre. Vivir con conciencia de que soy importante, pero no más que nadie; de que soy útil, pero nunca sola; y de que soy responsable de lo que sucede en los días que habito.

martes, 5 de septiembre de 2017

Cartas a Uve. El precio y el valor.



Si consiguiera que diferenciases rápido y bien estos dos conceptos, qué feliz sería, qué tranquilidad me daría, qué buen sendero estarías eligiendo para observar con cierta distancia el circo capitalista. 

Soy consciente del mundo al que te he traído, de la civilización que habitamos, de sus motores y de sus combustibles.  Y me preocupa que los conozcas para que el teatro mundo no te engañe más de la cuenta. Lee esta carta, querida Uve, cada vez que dudes o creas confundir lo que vale algo de lo que cuesta. Y si después aún dudas, no te olvides de observar tu corazón, pues el valor, que es lo único importante, reside ahí mismo. 

El precio tiene una importancia capital en los movimientos de la historia, de las sociedades y de los individuos. El valor… Creo que el valor muchas veces no se comprende. Y me duele que se confunda una cosa con otra, porque evidencia nuestra frialdad y capacidad calculadora por encima de nuestra capacidad de sentir. 

Poner precio a algo, no es valorarlo. Hija. Métete eso en la cabeza. En todo caso, es tasarlo. El precio son números: sumables, acumulables, divisibles, multiplicables, pero solo eso. Cifras. El valor es más abstracto. El valor es el termómetro de la importancia vital de una persona, de una vida animal o vegetal, de un ecosistema, incluso de algunos objetos. 

Normalmente lo que más valor tiene, no tiene precio. 

¿Qué precio le pondríamos al aire que respiramos? ¿Y al sol que cada día nos manda sus rayos de vida? ¿Podrías tasar la sensación de compartir tiempo con las personas que quieres? ¿Cuánto pagarías por un recuerdo feliz? ¿Qué billetes aceptarías a cambio de una de tus convicciones más profundas? ¿Tienes algún objeto que no cambiarías por nada del mundo? Si esta última respuesta es un sí, pregúntate a ti misma, por qué ese sí. Sobretodo, si no has encontrado respuesta para las preguntas anteriores.

Espero que sea un sí de corazón. Un sí que nazca de que algo te remueve por dentro solo de pensar en perder ese “algo”. Que también puede ser un “alguien”, un momento, un entorno, una oportunidad. Ese instinto de conservación de las cosas que te importan, es el valor que les das. No hace falta que tengan un alto precio en tasación. El valor es irreductible a números, es inmune a las matemáticas.
A ver si consigo que lo entiendas. El valor es un recuerdo imborrable. Una experiencia irrepetible. Una persona especial. Alguien  a quien amaste. Una infancia feliz. Una abuela irrepetible y las pocas cosas materiales que dejó tras su último viaje. Un paisaje de ensueño. El aire que respiramos. Los animales que acompañan el poco equilibrio que le queda a la naturaleza que habitamos y que nos da la vida. El valor siempre va de la mano de las mejores cosas de la vida. 

Cuando un objeto material tiene auténtico valor, es porque ha estado ligado de forma muy especial a la vida. Por eso no queremos perder, por ejemplo, un regalo especial que nos hicieron, porque en él está impreso el amor de una persona hacia nosotras. Por eso seguimos guardando ese juguete roñoso que nos recuerda que una vez, fuimos felices niñas.  Por eso sufrimos si perdemos algo de alguien que ya no está, por irrecuperable, porque parece que ese pequeño aliento de recuerdos que nos da esa “cosa” se pierde un poco más con ella. Ese es el valor. Al menos, así lo entiende tu madre. Ojalá quieras entenderlo también tú así, y aprendas a valorarlo todo desde la felicidad que aporte a tu vida. 

Hay quien te dirá que todas tenemos un precio, refiriéndose a las personas. No les creas. Muchas lo tienen. Otras no. Procura rodearte de éstas últimas. De personas de valores y que sepan valorar y no poner precio. Porque insisto. No es lo mismo. No es ni parecido. Vivimos en una sociedad tan podrida que tendrás que ver como unas personas compran y venden a otras, como algunas incluso lo justifican. Como se pretende poner precio hasta a los rayos de sol. Como se confunde una y otra vez lo valioso con lo caro, y como demasiado a menudo detrás de lo más caro y opulento hay una brutal falta de valores. Diamantes de sangre. Minerales impregnados de muerte en nuestros teléfonos móviles. Brutalidad y maltrato animal tras los manjares más exclusivos. Coches de lujo que además, son los más contaminantes. Y millones de seres humanos que aún prefieren acumular y no valorar. Que miran hacia otro lado aún sabiendo que hay precios que no deberían pagarse, por cordura. No seas de ellos, hija. Apuesta por dar valor a las cosas que lo tienen e ignora los cantos de sirena del consumismo y las falsas promesas del capitalismo depredador.

El precio solo va de la mano del dinero. Y el dinero no vale nada. Ni siquiera el que ganas trabajando porque, ¿sabes? Esas monedas y billetes, o esa cifra que asciende en la pantallita de un cajero automático, de por sí, no tienen valor. No lo tendrían sino porque simbolizan tu esfuerzo, la recompensa a tu honradez y a tus ganas de ganarte la vida y a disfrutarla. El valor del dinero no es el billete ni lo que puedas comprar con él, es lo que significa: dignidad y nobleza si se gana limpiamente. Vergüenza y desfachatez si se obtiene por malas artes o si llega sin esfuerzo. El dinero es una herramienta, aunque también es una energía que a mí no deja de parecerme algo turbia cuando observo cuántas veces es capaz de sacar lo peor de las personas. No busques dinero en la vida, hija. Ni nada que lo simbolice. Busca darle valor a tu existencia, y utiliza el dinero como la herramienta que es, pero no lo idolatres, ni lo acumules, ni mucho menos te jactes de él. 

El dinero va y viene. Los precios suben y bajan. El valor es para siempre. Quizás por eso los banqueros y economistas quisieron apropiarse del término, para que una cosa que no vale nada, pareciera tener valor. Pero olvídate, Uve. La vida, es otra cosa. Los valores son patria y bandera, construcción personal, y refugio. Acumula valor y valores en tu vida y deja que te ayuden a crecer como persona. Cuídalos y defiéndelos siempre y no cometas el error de venderlos ni ponerles precio. No vaya a ser que le demos la razón a los idiotas que se creen que se puede reducir a números lo que solo de corazón entiende.