Hay una cosa que me da realmente miedo, querida Uve. Quizás
dos cosas. Que no comprendas lo que significa “democracia”, y que no quieras
asumir tu papel activo respecto a ella.
Dicen que tú y yo vivimos en una sociedad democrática, tanto
a nivel nacional como supranacional. Yo no lo tengo muy claro. Y no es porque
me considere una antisistema radical contra toda forma de orden y gobierno,
sino porque no entiendo dónde reside el poder final de esta sociedad que habitamos.
O si lo entiendo y no me gusta, y no identifico el actual proceso institucional con valores democráticos. Aún
así, a título personal, me considero una demócrata convencida, pero a mi
manera. Porque no es lo mismo declararse demócrata en España, en Francia, en Venezuela, en
Estados Unidos… Las implicaciones sociales del término son muy diferentes en
cuanto cruzas una frontera.
Por eso yo no he venido hoy a rallarte con acepciones
sociales del término. Vamos a hablar de democracia como a mí me gusta hacer las
cosas, desde el corazón.
Si nos vamos al diccionario, nos dirá que la democracia es
la “forma de gobierno en la que el poder lo ejercen los ciudadanos”. Hasta ahí,
todo muy lindo. Cuando nos metemos en el “cómo” ya la cosa cambia. ¿Quiere esto
decir que nuestro papel como ciudadanas rasas es el de votar cada cuatro años a
nuestros representantes a esperar a que –con suerte- hagan aquellas cosas que
dicen que van a hacer en períodos electorales? Sólo el hecho de tener derecho a
voto, ¿nos convierte en un país democrático?
No me malinterpretes. El derecho a voto es irrenunciable y sagrado. Ha costado muchas vidas y
si no existiese, habría que inventarlo. Desde luego sin él, no hay democracia
pero, ¿es suficiente?
Desde mi punto de vista, la democracia no es una forma de
gobierno, sino que es un valor y un convencimiento que cuando se convierte en
colectivo, da como resultado una forma de gobierno. Es una manera de entender
el mundo partiendo de la base de que todas las voces importan y de que todas
las personas somos iguales en derechos, en valor, en responsabilidad.
La premisa básica sobre la democracia es que el gobierno de
la mayoría es su máxima expresión. Me gustaría que entendieses que eso solo es
así si la mayoría es real, es decir, si se ha pronunciado una mayoría significativa
de personas. Ha habido muchos gobiernos en la historia de la humanidad que se
han hecho llamar demócratas sin contar con una mayoría real, ni tan siquiera
significativa si atendemos a las abstenciones.
¿Son los abstencionistas una pandilla de irresponsables que
no tienen derecho a quejarse de lo que pasa en su sociedad por no querer
participar de las decisiones colectivas? Pues como todo en la vida, esto
tampoco es blanco ni negro. Las personas que, viviendo en una democracia,
deciden no participar de las decisiones oficialistas de la misma por diferentes
motivos, pueden ejercer sin duda sus derechos fundamentales exactamente igual
que aque que sí vota. Y estos derechos fundamentales muchas veces nos llevan a
ejercer otras formas de democracia que a veces, son más democráticas y denotan
actitudes más comprometidas con la democracia que la de aquel que se pasa por
la urna cada cuatro años y el resto del tiempo se olvida.
Cuando hablo de otros ejercicios democráticos me refiero a
muchos: a manifestarse colectivamente por lo que se considera justo, a
movilizar a quienes piensan de determinada manera para defender pacíficamente
su posición, a recoger firmas, presentar iniciativas institucionales, hacer
propuestas, trabajar de forma comunitaria por mejorar nuestro entorno, dar voz
a quienes no la tienen, incluso quejarnos de nuestros representantes
abiertamente si no están a la altura de la ciudadanía que les elige.
La democracia no va de ganar o perder, se trata de que todas
ganemos. Por eso nunca dejará de sorprenderme cuando el partido de turno “gana”
las elecciones y lo celebra como si de una nochevieja se tratase. ¿No se dan
cuenta? Les acaba de caer encima el enorme peso de la democracia, la gigantesca
responsabilidad de gestionarla mirando por todos y todas. Es una tarea tan
tremendamente importante que saltar en un balcón me parece de una frivolidad
preocupante, máxime si tenemos en cuenta en el lamentable estado en el que van
dejando en nuestro país, gobierno tras gobierno, una democracia que ya nació
maltrecha.
Pero no hablemos de nuestro caso, Uve. Miremos a la
democracia de frente y no le pongamos colores ni etiquetas. Es el gobierno de
quienes creemos en la libertad y en la igualdad. Y para respetar la igualdad y
la libertad del otro hay que hacer un ejercicio básico y demasiadas veces
pasado por alto: escuchar. Ser demócrata exige capacidad de escucha. Aunque
ganes las elecciones, aunque sea con mayoría absoluta, aunque quien hable sea
una minoría aparentemente irrelevante, si eres un demócrata convencido, te
importará lo que todo el mundo tenga que contarte. Sabrás responder a las
necesidades de tus conciudadanos con honestidad, desde las instituciones, desde
la calle, desde tu puesto de trabajo, en tu hogar, en todos los contextos.
Democracia es justicia, comprensión, solidaridad. Es ser
capaz de renunciar a algunas cosas por el reparto equitativo. Es comprender que
pagar impuestos es un acto de responsabilidad social y de solidaridad
ciudadana. Ejercer democracia es hacer efectivo el respeto de una sociedad por
sí misma, y el compromiso que tiene por su propio avance hacia el bienestar
colectivo.
No te dejes engañar por quienes enarbolan la bandera de la
solidaridad pero no escuchan, pero mienten a su pueblo, pero ejercen el poder
por la fuerza, pero no son capaces de salir de sí mismos. Las personas que se
comportan así nunca podrán representar valores democráticos, aunque se
aprovechen para ganar dinero de las instituciones de países que dicen –o que
quieren- serlo. Ellos están ahí, diciendo que representan a un pueblo, pero
solo se representan a sí mismos y a quienes a ellos les sostienen en las
esferas de poder.
A veces, hay que mirar a sitios que parecen poquita cosa
para ver democracia. Un equipo de trabajo de cualquier materia que se reparte
las tareas compensándolas según sus capacidades. Un grupo de escolares que
elige a mano alzada si quieren jugar a fútbol o a baloncesto y una profesora
que decide que hoy jugarán a lo que diga la mayoría, y mañana la minoría tendrá
su rato de juego. Un padre que reparte con exactitud la merienda de sus hijos,
porque sabe que hay cosas con las que no se juega y la comida es una de ellas.
Una comunidad que bloquea el desahucio de un vecino porque defiende un derecho
irrenunciable de su Constitución. Una señora que escribe “ladrones” en la papeleta
aunque sabe que así su voto no será contabilizado.
Comprometerse con la democracia es comprometerse con todas y
con todos. Es ponerse del lado del bien común y de la justicia. Es saber que la
ley no tiene por qué ser justa y que desobedecer ante una injusticia flagrante
puede ser, también, un acto de democracia. Piensa que los dictadores también
emiten sus leyes, y no se nos ocurriría afirmar que la legislación del
franquismo era precisamente democrática. Democracia no es subyugación, no es
dominio de unos sobre otros, no es callar la boca y esperar cuatro años.
Democracia es saber y convencerse de que la historia la hacen los pueblos y de
que solo su voz colectiva es la que importa, con todos sus colores, con todas
sus formas, con todos sus matices.
Deja que tu concepto de Democracia salga de las paredes de parlamentos, senados, e instituciones. Empéñate en conocer a quienes contigo
comparten sus días. Acércate a todas, pregúntales qué quieren, qué necesitan,
qué les preocupa. Entérate de cómo viven todos. Compréndelas a todas. Y solo
entonces tendrás la clave, la llave que abre la puerta de esa idea de justicia
social que nace de la empatía entre seres humanos. Eso es democracia, al menos
para tu madre. Vivir con conciencia de que soy importante, pero no más que
nadie; de que soy útil, pero nunca sola; y de que soy responsable de lo que
sucede en los días que habito.