Con permiso de mis grandes amigos catalanes, que los tengo,
y los quiero. Además de buena parte de mi familia. Vaya por delante que lo último que intento
es meter a todo el mundo en el mismo saco, pero como gente tolerante que son,
los catalanes de bien entenderán estas líneas de autodefensa ante comentarios
dolorosos que abundan entre quienes no pueden ver más allá de sus narices.
Respeto profundamente el derecho de cada persona y de cada
pueblo a decidir su futuro, y me he declarado muchas veces a favor de un
referéndum garantista que permita a Cataluña decidir el suyo, incluso se me
ocurren soluciones republicanas y federativas que solucionarían no solo su problema
de identidad nacional (tan legítimo), sino también el de muchos otros pueblos
de esta España de naciones en la que vivimos.
Lo que no puedo consentir, por doloroso, por injusto, por
atroz, es que algunos (muy concretos) especímenes pongan en el punto de mira a
extremeños y andaluces para justificar reinvindicaciones que no necesitan
argumentos tan banales, por tenerlos mucho mejores. Por ello, esta carta a Uve
que, dadas las circunstancias, necesita esta nota aclaratoria, pretende
explicar lo que, desde mi humilde punto de vista, significa ser extremeña o
extremeño. Por si alguien quiere abrir ojos y oídos, y por si alguien quiere recoger
para sí el balón de la tolerancia y el respeto.
Querida Uve
Me he lanzado a explicarte el mundo sin explicarte una de
las cosas más importantes. Tu punto de partida, tus raíces, el origen de tu
propia identidad.
Nada me emocionaría más que ver en ti el día de mañana una
ciudadana del mundo, olvidada de fronteras, banderas e himnos, pero no creo que
esté reñido con ser alguien que conoce sus raíces y el lugar dónde se hunden
profundas. Por eso hoy he querido sentarme a explicarte lo que significa la
tierra de tus ancestros. El valor que tiene ser Extremeña.
Tú naciste en Madrid, es cierto. Pero eres hija de
extremeños, nieta de extremeños, biznieta, y así. Nuestros apellidos no son muy
rimbombantes pero te aseguro que sumas los ocho, y alguno más provenientes de
esta tierra. Una tierra que no siempre tiene la mejor prensa, que está
condenada al ostracismo e ignorada por la administración central, pero que
luego sirve siempre de parapeto para que otras comunidades nos señales por
tópicos ridículos. Esa es Extremadura. Un pueblo, probablemente, demasiado apacible
para lo que ha sufrido. Una tierra que fue de señoritos y terratenientes y que
ahora es de ciudadanos y ciudadanas libres que, en su mayoría, trabajan el
campo. Otros trabajan para reconciliar nuestra región con el mundo a través del
turismo que muestre nuestras joyas históricas y artísticas (que las tenemos).
Otras investigan en nuestra Universidad. Otras emprenden. Muchos innovan. En
Extremadura, como en todas partes, hay de todo.
Extremadura es mucho más que campo, te lo aseguro, Uve. Pero
es innegable el peso que éste tiene no solo en nuestra economía, muy discreta
en comparación con regiones industrializadas, si no en nuestra cultura y en
nuestra forma de enfrentarnos a la vida. Muchos critican el PER (Plan de Empleo
Rural) sin saber ni en qué consiste. Ojo, no voy a venir yo a justificar los
malos usos que se hacen del mismo, es más, los denuncio desde ya. Pero es
cierto que quien indica alegremente que toda la gente que cobra el PER trabaja
tres meses y se pega nueve en el bar, es sencillamente mentira. Esa gente
supongo que no sabe -por solo poner un ejemplo- a qué precio irrisorio pagan un kilo de cerezas de Valle
del Jerte, producto de calidad donde los haya, referente mundial, y que pagamos
a precio de oro encantados de la vida en los mercados más cool de Madrid o
Barcelona, por no hablar de los Europeos. Y acabo de mencionar un producto agrícola del
que todavía se puede vivir. De otros muchos, directamente, es imposible. La Vega
del Alagón ahora cultiva maíz ante la falta absoluta de rentabilidad de los
productos hortofrutícolas que antes llenaban sus parcelas como tomates y
pimientos. El campo extremeño fue restringido y ahogado por las cuotas de producción que se impusieron al entrar en la UE. Eso nadie lo cuenta, ahora que somos todos europeos felices (que no prósperos).
Esto quiere decir, Uve, que a Extremadura también se le deben cosas. Y solo quiero hablar de lo que conozco de primera mano, pero me
consta que en otras áreas de la región, pasa lo mismo. Esto no me lo ha contado nadie, lo veo
yo todos los días, lo he vivido en mi infancia y he visto los cambios (a mal) del campo extremeño ahogado por políticas injustas que no pusieron en valor el trabajo de los agricultores. Lo oigo cuando suena el despertador de tu padre a las 6 de
la mañana, o la puerta a las 6 de la tarde, cuando regresa. Lo toco en sus
manos ajadas por el trabajo duro. Lo huelo en su cansancio y lo siento en la
honradez palpable de quien se gana la vida con su esfuerzo. No, la gente no
está en el bar. La mayoría está en las tierras dejándose la espalda, la piel,
las manos. Y en sus otros variopintos puestos de trabajo. Y en sus ratos libres pueden estar tomando una
caña, o pueden estar leyendo un libro, o en el cine, o haciendo deporte. Como
cualquiera.
Incido en el campo, Uve, porque es la base histórica, económica y
social de esta región, y creo que es un trabajo demasiado mal entendido. Quiero
que tú te asomes a la realidad nueva de quienes trabajan el campo en el siglo
XXI. Trabajar el campo no es una vía de escape. No es un “hago esto porque es
lo que hay”. No para mucha gente (para otra sí, pero como en todo). Para mucha
gente es su profesión, su habilidad y su pasión. Hay gente con carreras
universitarias trabajando el campo porque les gusta, porque encaja con un ritmo
de vida apetecible: lento, familiar, en contacto con la naturaleza. En muchos
aspectos, privilegiado. Hay que ver más allá del campesino de los años cuarenta
para entender que mucha gente hace de la agricultura su medio de vida porque
quiere y porque lo elige.
Pero no se elige que este trabajo se pague tan mal que
los pueblos comiencen a despoblarse de la gente que no puede sobrevivir en
ellos. No escoge que los intermediarios se enriquezcan a saco cuando ellos
hacen el trabajo realmente duro. No quieren necesariamente no tener trabajo
todo el año y tenerlo de forma estacionaria. Su trabajo, en muchos casos, es
así. El resto del tiempo, trabajan para su comunidad cuando se les requiere
para ello. Y luego, como todo hijo de vecino, cobran su paro. ¿Que hay fraude?
Por supuesto. Porque somos extremeños, pero no perfectos. Está claro que
siempre habrá a quien le des la mano y se tome el pie, y que no sirve de nada
negar una realidad que está ahí, pero el PER como recurso y como medida de
dignificación de una profesión y de fomento del empleo rural, no tiene la culpa
de los usos que de él se hacen, ni de la picaresca, que tampoco es patente
extremeña. Quizás esto sea más un conflicto educativo y de conciencia ciudadana
que se ataje mejor con políticas educativas que con críticas banales que metan
a todos en el mismo saco.
Supongo que fuera de Extremadura no se cobrarán becas de
estudio que no se requieren. Los autónomos no declaran un euro de menos por sus
trabajos. No se solicitarán ayudas públicas de cuestiones para las que no se
cumplen los requisitos. Nadie pretenderá ahorrarse el IVA pagando en B. Estoy
segura de que todos los ciudadanos que acceden a vivienda protegida fuera de
Extremadura, la merecen por sus circunstancias económicas y no especulan con
ellas. Claro. Ellos no son extremeños, que se ve que hemos inventado la
picaresca hasta el punto de que el mismísimo Lazarillo de Tormes, que era –por cierto-
salmantino, habría querido formarse en nuestros pueblos cobrando
fraudulentamente el PER. Porque solo nosotros sabemos estafar para luego
hartarnos de tomar cañas. Porque no tenemos familias que mantener, hijas que
alimentar, carreras que aprobar, viajes soñados, idiomas que aprender. Qué va.
Somos extremeñas y solo nos interesa el bar. En fin. Solo alguien que no ha
pisado esta tierra puede dar por válido semejante falacia.
Somos una tierra orgullosamente regada con el sudor de
nuestros ancestros. Literalmente. Somos campo y somos sus frutos. Somos
sacrificio y somos resistencia. Todo eso y mucho más. También cultura, arte,
investigación y desarrollo. Tradición. Autenticidad. Somos una región ignorada
(y no me pesa repetirme en esto) que por no tener, no tiene ni un tren en
condiciones cuando el resto de España va en alta velocidad. Somos una región
migrante porque no nos ha quedado otra, y así hemos ayudado a levantar zonas en
las que ahora algunos energúmenos nos vapulean para validar sus propias causas.
Los extremeños que se fueron a Barcelona, a Bilbao, a Madrid, no lo hicieron
por gusto sino por necesidad, porque si ahora se da un escaso duro por esta
tierra, antes no se daba ni medio. Pese a todo, somos una región de gente
abierta y amable, y aunque nos confundan una y otra vez con andaluces, nos lo
tomamos a bien, porque somos acogedores, porque sabemos reírnos de nuestros
talones de Aquiles y bailar bajo la lluvia. No atacamos. No hacemos ruido. Solo
trabajamos todos los días como el que más, y muchos de nosotros, para llenar
las despensas de quienes tanto les critican.
Es cierto que somos mansas y así nos va. Pero ser manso no
significa que no seamos respetables. Si bien no tenemos partidos independentistas
que cuenten con el favor de la ley electoral para que nuestros problemas (que
son muchos y serios) se vean alzados en el Parlamento que es de todas, si
merecemos la dignidad de nuestra imagen como pueblo, que tiene que trascender a
cualquier asunto político. Somos una región cansada de hacer de parapeto.
Cansada de que solo se nos mencione para lo mismo de siempre. Cansada de
trabajar por cuatro duros y de que en nosotros se invierta mucho menos que en
ciudadanos de otras comunidades. Quizás deberían de empezar a terminarse los
días de esa Extremadura tímida y discreta que no se mete con nadie. A lo mejor
debemos empezar a poner los puntos sobre las íes y a reclamar lo que por
justicia nos pertenece. Quizá debiéramos contestar mucho más de lo que
finalmente lo hacemos.
Puede que seáis vosotras, Uve, los nuevos extremeños que quieran
alzar la voz por la justicia histórica que este pueblo merece, y por la limpieza
de su bello nombre. En cualquier caso, muchos ya están intentado abriros el
camino. No olvides nunca de dónde vienes, hija. Lleva con orgullo que eres
hija, nieta, biznieta y más, de extremeños y extremeñas, y cuenta en tu camino
a quien quiera saberlo que en tu casa se habla con la identidad lingüística de
Extremadura, ese deje que ni es cateto ni es vergonzante, como algunos piensan.
Solo es diferente y característico, como todos los demás. Y si quieres úsalo y llévalo
por el mundo, como lo llevan tus padres, como bandera de tu identidad. Como
seña de esta alegría de vivir, de esa
fuerza y de esa capacidad de lucha y esfuerzo que representa a todas las extremeñas y a todos los
extremeños.
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