Hay una cuestión que me aterra, Uve.
Cuando llegáis a nuestros brazos vosotros, nuestros pequeñines,
nuestras pequeñajas, a ningún padre o madre se le puede pasar por
la cabeza que esa cosita tierna, inocente y dependiente que acaba de
caerle entre las manos puedas llegar a convertirse en una mala
persona, pero lo cierto es que basta con dar un paseo corto por
cualquier lugar del mundo para darse cuenta de que, al igual que las
meigas, harberlas, haylas. Hay gente que es sencillamente mala, que
su experiencia vital no ha dado para más que para hacer crecer una
frustración que ha regado la ira y el odio hasta que, como una
enredadera, ésta se ha hecho con todos sus procesos mentales,
sentimentales, emocionales. ¿Que da un poco de lástima así visto?
No cabe duda. Pero no nos olvidemos de que la peor parte se la llevan
sus víctimas.
Si te convirtieses en víctima de una
mala persona, me dolería en el alma, pero todavía tendría la paz
de sentir que no es tu culpa que otros te traten mal, incluso
sentiría el orgullo de ver que, pese a recibir la maldad ajena, tú
continuases siendo una buena persona. Se que esto pasa porque lo he
visto muchas veces con mis propios ojos, Uve, por eso quiero
alertarte. No hay nada malo en ser víctima, es una cuestión de
azar. Lo realmente jodido es ser verdugo de otros.
Aunque no era un secreto para nadie,
últimamente los casos de bullying, acoso escolar, maltrato entre
compañeros, hijoputismo, llámalo como quieras, abundan en los
medios de comunicación. Lo cierto es que todas y todos nos hemos
pasado la vida observándolo en nuestros centros educativos aunque
ahora, como todo, tiene un nombre y una etiqueta pero se reduce a lo
mismo, a la maldita jungla en la que unos pocos convierten algo tan
presumiblemente honorable como un aula de estudios mientras unos
sufren y otras -la mayoría- callan.Muchas hemos sido cobartes, no nos queda más que asumirlo. Ahora lo mínimo que podemos hacer es estar a vuestro lado para daros la valentía que no tuvimos entonces porque la criamos con los años. Porque definitivamente, la adolescencia, la niñez, es la peor etapa de la vida para necesitar ser valiente o fuerte, pero muchas veces no elegimos lo que tendremos que afrontar, y menos con tanto malvado suelto.
Quienes sufren este deleznable acoso lo
llevan consigo el resto de su vida. Aunque remienden su alma con la
edad y con la perspectiva que te da ir haciéndote adulto, aunque
dejen atrás esas páginas oscuras de su historia, los jirones
arrancados de sus almas son irrecuperables y se quedan para siempre en su mochila. Conozco varias víctimas
de bullying, Uve, y te puedo asegurar una cosa: son magníficas
personas, pero están rotas por dentro y ellas son las primeras en
reconocerlo. Les han infligido un dolor, un rencor que ha
cristalizado en sus personas. Estoy segura de que no serían las
mismas personas si no hubiesen pasado por algo así, que nadie
merece. Probablemente serían menos fuertes, pero también sospecho
que venderían toda esa fuerza impuesta a base de mezquindad. Que
preferirían ser más inocentes, más cándidos, más ajenos a la
realidad última: que en el mundo hay mala gente que entrena desde
bien joven para convertirse en hijos de perra cualificados (con las
disculpas debidas a las perritas).
Yo misma he probado el sabor del maltrato
en las aulas de mi colegio, aunque lo mío no fue nada comparado con
otras escenas que presencié, mucho más recurrentes, con una
insistencia a lo largo de los años que no podía sino dejar tocada
a la persona acosada, con una crueldad sorprendente para venir de
personas que lo tenían todo en la vida, al menos aparentemente. Una miseria asombrosa cuando su dueño no suma dos décadas de vida, o ni una siquiera. Sin
embargo, recuerdo muy bien a la persona que en determinados momentos
me hizo pasar malos ratos. Recuerdo su cara como un mapa asqueroso.
Su voz como un ruido infame. Su sola presencia en mi campo de visión
era suficiente para joderme un recreo. Han pasado ya más de quince
años de aquellos pocos días, pero nunca olvidaré a ese ser y para
mí siempre será un tipo despreciable. Supongo que la "gloria" de los
acosadores tiene que estar a la altura de su calidad humana y
consiste en eso: en que un puñado de buenas personas (o que al menos
intentan serlo) te recuerden como un monstruo.
Si eres un acosador o una acosadora no
importa el tiempo que pase, da igual que tú te olvides de tu lista
de acosados, de todo el daño que les infligiste, del miedo que les
causaste, de las lágrimas que vertieron por tu culpa, de lo que
sufrió su familia. Da igual. Siempre, en algún rincón del mundo,
serás recordado como una mierda de persona, como una basura. Nada
recomendable para el karma, desde luego. Ese será tu legado si
decides imponer la ley de tu miseria entre personas que no te han
hecho nada, y en edades determinantes para el desarrollo como
personas de ambas partes. Si eliges ese camino, en la memoria de
muchos, tu imagen no tendrá vuelta atrás, da igual lo que hagas
después. No habrá compensación posible. Y además no la merecerás.
Por eso me aterra, me inquieta, me
aterroriza si lo pienso durante más de cinco minutos. Si algún día
me llegase la noticia de que has maltratado a alguien en tu entorno
escolar, que has acosado, que has hecho ese daño irreparable a otra
persona. Creo que el sufrimiento para mi sería terrible, así como
la decepción y la vergüenza. No lo hagas nunca hija, te lo ruego.
Respeta a todo el mundo y practica la tolerancia y la asertividad. Y
si te sobra valor, como así espero, no tengas miedo de señalar a
quienes tomen el camino de la maldad, y de proteger o apoyar a
quienes la sufran. Recuerda que no tienen culpa de nada, que su
sufrimiento no atiende a ninguna razón que no sea la inseguridad de
una persona que necesita humillar a otros para sentirse mejor consigo
mismo. No es ni más ni menos que eso.
Si algún día ves cosas así, o las
sufres, ni lo dudes: cuéntamelo todo. Porque ahora tu madre no es la
niñata atolondrada e insegura que callaba ante las escenas de acoso
que presenciaba. Ahora puedo ayudar y lo voy a hacer, porque siento
que se lo debo a todo ese dolor que presencié y que no supe
identificar. Dolor que me consta acabó en enfermedades psicológicas, que
llevó a gente a negarse a sí misma durante mucho tiempo, que les
hizo llorar a escondidas, dolores que fueron ignorados desde quienes
tenían la capacidad para arreglar aquella situación. Yo no los voy
a ignorar más, y si tu me ayudas contándome lo que ves, todas nos
estaremos ayudando. Yo, como madre, te tiendo la mano y se la tiendo
a quienes compartan tus espacios educativos. Ahora solo falta que os
la tienda el sistema, que os la tiendan los propios centros y sus
profesionales, que os ayude también la ley y la sociedad entera. Que
se abran todos los ojos para entender que ninguna sociedad de
provecho y con futuro puede construirse sobre las ruinas de los
invisibles ni sobre niñez y juventud arrebatada.