En memoria de Chico Mendes
Déjame
que te cuente, querida Uve, cosas sobre tu hogar. Tu casa. No es ese
edificio, más bien es ese árbol. No es esa habitación, más bien
es esa montaña. No son esos muebles, más bien son esas flores. No
son esas paredes, más bien es ese mar. ¿Me vas comprendiendo?
La
casa es una construcción, el hogar es otra cosa. El hogar es el
sitio que alimenta tu espíritu y tu naturaleza, donde conectas
contigo misma, donde encuentras reposo y consuelo. Y puede ser tan
grande como amplias sean tus miras. La casa puede formar parte de ese
hogar, pero si no entendemos que todo lo que hay de puertas hacia
afuera de nuestra propia casa debería ser considerado más nuestro
hogar que nada, entonces no podremos hacer el favor de cuidarlo. No
te despistes ni caigas en el extremo individualismo en que vivimos
anclados, según el cual cada uno cuida única y exclusivamente la
parcela que ha pagado con dinero. Eso tampoco es hogar, es propiedad,
y ¿sabes qué? Es un concepto inventado, y no sabría explicarte
cómo es posible poseer una tierra, una montaña, una playa, incluso
los rayos del sol. Nunca lo entendí.
Me
gustaría trasladarte la idea de que es imposible que abarques tu
hogar con los ojos. Nunca lo harás. En tu hogar nunca se pondrá el
sol. Has llegado al planeta más hermoso que los humanos hemos podido
intuir. Que nos da todo lo que necesitamos, incluso cuando está al
límite de sus fuerzas. Estás en el más bello decorado que ninguna
casa podría tener, estás en el planeta Tierra, el planeta de la
vida. Ésta es tu casa. Toda ella.
Ouparás
de ella espacios limitados, cambiantes. Algunos te gustarán más que
otros. De otros aprenderás muchísimas cosas. En determinados
parajes te encontrarás a tí misma. En otros comprenderás muchas
cosas que no se explican en ningún libro. Pasea, querida hija, pasea
por tu casa. Observa y disfrutala: nunca renuncies a "perder el
tiempo" embriagándote de la belleza que te rodea. Quédate
embelesada con las olas del mar. Trepa a los árboles y abrázalos
fuertes para sentir como la vida los atraviesa. Piérdete en una
montaña y grita con todas tus fuerzas. Olfatea la primavera, pinta
el otoño, saborea el verano, acompaña con nostalgia la inmensidad
del invierno. Y siempre, siempre siéntente parte de ello. Parte de
todo.
La
misma vida que fluye entre la savia de los árboles, la energía que
hace que se abra sutilmente una flor, la que se manifiesta con
ternuna en los primeros juegos de un cachorro de cualquier especie,
es la misma madera de la que tu estás hecha. Eres parte de ésto,
como lo somos todas y todos. Siéntelo, experimentalo, mézclate con
tu planeta y emociónate de vivir en un paraíso como éste.
Cuando
hayas conseguido esta unión, esta emoción de sentirte parte de algo
tan grande, entonces podrás llorar con él, porque, aunque te lo
haya pintado todo muy bonito, este precioso planeta tiene un enorme
problema del que también eres parte en tanto que eres humana. Día a
día, hora a hora, nuestro precioso planeta se consume por la
avaricia y la sinrazón de quienes no entienden que este aire que
respiran -que respiramos todas-, que ese agua que beben -que bebemos
todas-, que ese tierra que cultivan, no es de nadie, y es de todos, y
además no se puede comprar, hipotecar, ni pagar con billetes que de
poco van a sacarnos cuando consigamos hacer imposible la vida en este
planeta, todavía azul.
Lamentablemente
y como pasa a menudo, vivimos en un sistema de convivencia social
donde solo los seres humanos importan -y me atrevería a decir que
tan solo algunos de ellos-. Lo hemos puesto todo al servicio de un
ritmo de desarrollo ficticio que no puede mantenerse mucho más
tiempo. Nos va la vida en ello. Ni más ni menos. No hemos sabido ver
que nuestro planeta y nuestra naturaleza ya estaba a nuestro
servicio, como nosotros al suyo, en un orden natural perfecto que
jamás deberíamos haber alterado.
Quizás
todavía no sea tarde, y por ello sea determinante convenceros a
vosotros, a los recién incorporados, de que esta cuestión es
importante. Quizás vosotros lo entendáis mejor y sepáis leer las
señales de forma apropiada, nosotros, mi generación, parece que
estamos aprendiendo el idioma del desastre natural, y no nos queda
mucho tiempo. Me gustaría pensar en una generación de ecologistas
"nativos" (algo así como los nativos digitales) de los que
tú pudieras formar parte. Una legión de niñas y niños que
crezcáis sabiendo y habiendo interiorizado desde la cuna que vuestra
cruzada está en salvar el planeta que habitáis, el único hogar
real que poséeis. Niños que seréis adultos que no necesitarán ir
a la vuelta de la esquina en coche, que sabrán perfectamente como
reciclar, pero que aún así preferirán reducir el consumo y
reutilizar las cosas que utilicen, que apostarán por la energía
limpia y el comercio de proximidad que mantendrán sus ciudades
limpias y velarán por sus campos y sus mares, y por la
sostenibilidad de los recursos que habitan en todos los entornos de
nuestro planeta.
Quizás,
mi pequeña Uve, vosotros seáis la última oportunidad que tengamos
de sacar adelante el sueño de convivir en paz con nuestro planeta.
Supongo que será todo un escándalo el día que te des cuenta de lo
que hemos hecho a este precioso lugar quienes vinimos antes que tú,
y lo comprenderé. Solo espero que, con mensajes como este, pueda
ayudarte a posicionarte a favor del cambio, a favor de la esperanza
para nuestra naturaleza y para nuestro futuro. Que trasladarte estas
ideas sea otro granito de arena que pueda aportar yo a un futuro
mejor para todas y todos.
Insisto.
En ello nos va la vida entera.