Pasan los años y me vuelvo cada vez más tradicional. Es algo
que me aterra pero aunque lo veo venir, no me aparto. Esta carta con ese
casposo título se está convirtiendo en una de mis tradiciones navideñas y como
yo cada vez soy más casposa también, y tengo más años, me vuelvo rutinaria y
predecible también en mis letras. También en mis hábitos como escritora. Hoy,
el último día del año, es desde hace varios uno de estos momentos en que, si no
escribo, lloro tinta, como en milagros marianos. Y para no ensuciar la
mantelería buena de mi madre, me permito este desahogo y doy permiso a quien
considere para pasar de leer otra roñosa carta de año nuevo…
2017, no podías quedarte sin tu carta. Has sido un año que,
contra todo pronóstico, has conseguido sorprenderme. De hecho, terminas de una
manera tan inesperada que puedo prometer que nunca te olvidaré. Has sido un año
de Cambio, con mayúscula. He cambiado de estado civil y me he vestido de blanco
–quién lo iba a decir-, pasando si bien no por el altar en sentido estricto, si
por el pasillo de las mejores sonrisas de amistades y familiares en un día
fantástico que inauguró un año memorable. El día de mi boda no cambió para mí absolutamente
nada. Ni siquiera fue el día más feliz de mi vida, como se supone que debería
esperar, pero es que ese ya le tocó a
2015 y estaba el listón en modo rascacielo. No obstante, fue un día para recordar.
Y si fue un día que me tocó el corazón, por las tremendas muestras de cariño
que recibí, y por haber podido celebrar con mi compañero nuestro proyecto de
vida.
Como para recordar ha sido este año en lo laboral: un año
completo disfrutando de un trabajo que lo cumplía todo para mí: la radio
comunitaria ha sido sin lugar a dudas mi techo en realización no solo
profesional, si no personal. Las personas que he conocido, con las que he
trabajado, me han enseñado tanto que no sabía sobre mi profesión, sobre mi
ciudad, sobre mí misma… No hay palabras para describir lo que he dejado atrás
con este año de trabajo en la que ya será para siempre mi radio, y un poquito
mi barrio: OMC, Villaverde, tanta realización, tanta motivación, tanta alegría
de levantarme por las mañanas a hacer algo que amo: mejorar mi pequeña porción
del mundo a través de la comunicación, poniendo todos los días toda la carne en
el asador para conseguir tantas pequeñas-grandes victorias. Este trabajo que ha
sido a la vez mi gran triunfo y mi mayor renuncia de este año que se va. Este
trabajo que abandoné hace pocos días entre lágrimas. Este trabajo que me ha
dado tanto, tantísimo. Qué bello ha sido. Gracias, 2017, por permitirme
experimentar semejante realización.
Y es que este año ha sido un año también de grandes decisiones,
de las que exigen estar a la altura. Ha habido que cambiar el rumbo, en
ocasiones con horizonte esperanzador, en otras con nubarrones a la vista, y en
algunos momentos muy a nuestro pesar. Pero finalmente, soltamos amarras y
decidimos que la vida nos estaba llevando por otros caminos y que la
resistencia no tenía mucho sentido. Hubo que aprender a bailar con los cambios,
a desenvolverse entre ellos y a mirarles de frente. Si algo se ha notado en
este año es que ahora somos un equipo que debe remar en la misma dirección. Así
lo hemos hecho, y la marea nos ha llevado de vuelta a casa, dejando atrás otra
donde hemos sido francamente felices. Tantos sentimientos encontrados, las
renuncias, las despedidas apresuradas, el futuro tan incierto, ahora tentador,
ahora inquietante. Supongo que todo ello ha conformado la fórmula perfecta para
terminar de enseñarme a vivir en el presente, porque mis planes de futuro para
2017 eran muy diferentes a los que han terminado dándose. Una tremenda lección
la que me he llevado de tus últimos días, 2017. Gracias por ello.
También un año de vida, de sueños cumplidos sobre cuatro
ruedas. El año en que estrenamos nuestra furgo y con ella, los kilómetros de experiencias,
de paisajes, de noches estrelladas, de carretera tras carretera, del
interminable bucle del cocherito leré, y de nuestra felicidad al arrancar hacia
horizontes imaginados que pronto serían nuestros, ya para siempre. Nuestros
viajes, probablemente de las mejores cosas de este año, que a estas alturas de
esta carta ya se ve, ha sido generoso. Hemos conocido Cuenca, más parajes de la
preciosa costa alicantina, Navarra, una buena y alucinante parte de Francia en
su costa oeste, rincones de nuestra propia Extremadura como las imponentes
Hurdes, Andorra, Huesca… Y ante todo, nos hemos demostrado de todo lo que somos
capaces cuando soñamos a la vez y dejamos a los sueños, ser. Otro aplauso para ti,
2017, por traernos sueños y permitirnos cumplir los más viejos con las personas
más amadas.
Pero sin lugar a dudas, lo mejor, el sin duda más precioso y
más perfecto regalo de este año que cerramos ha sido su voz: sus palabras, su tremenda
destreza para juntarlas, su timbre cantarín, gracioso y pizpireto. Esos
pequeños diálogos que ya tenemos y que cada vez tienen más consistencia. Esas
preguntas perfectas. Esas salidas inesperadas por su genialidad. Eso ha sido lo
mejor. Hablarla y que me hable. Tenerla con fuerza, salud, hambre de vida.
Verla crecer a ese ritmo que ya lanza sobre mí sombras de nostalgia y pena que
arrastran a mi bebé al recuerdo para dejar ante mí a la niña perfecta que es
hoy mi hija. Con su carácter rebelde, con su tremendo empeño en conseguir todo
lo que se propone. Por todo lo que a ella la compone, volvería a tomar las
mismas decisiones, volvería a renunciar a las mismas cosas, de nuevo haría todo
lo que he hecho para tenerla en mi vida. Sin pensarlo. Gracias, 2017, por
conservármela con esa alegría y esa vida intensa que me regala a cada momento.
Gracias por todo el aprendizaje que nos entregamos. Gracias, sin más. Por ella.Y por toda la gente que la quiere tanto.
Y gracias por devolverme al camino de mi sueño más viejo, y
gracias por todas las personas que me facilitan caminar hacia esas metas que
suenan a locura trasnochada. Gracias por mi marido, que lo comprende y lo
sostiene. Gracias por mis padres, que siempre lo han soñado conmigo, gracias a todas
las personas me han dado esos empujoncitos necesarios para saltar al vacío
incierto pero tan ansiado. Gracias por recolocarme frente a la escritura, esa
vieja amante que ahora va a caminar más cerca de mí que nunca. Esta noche,
cuando te vayas, no te olvides de dejarme esa determinación y esa claridad con
la que me has permitido ver cuál es mi camino creativo como escritora.
Permíteme que siga esa senda. Déjame el valor, las ganas de trabajar duro, la
motivación, y los sueños que conforman mi combustible.
Todo lo demás, puedes llevártelo a ese limbo de momentos y
años que se pierden en las constelaciones de recuerdos que ya atesoro después
de estos treinta años a los que he llegado contigo. Dejemos que descansen todos
esos ratos de diferentes sabores, colores y formas, que se acomoden en mi
memoria para abrazarlos de nuevo más adelante. Hasta siempre, 2017, el
generoso. Has sido un gran año y me has dejado aprendizajes eternos, momentos
inolvidables, pruebas superadas y mucho amor por el camino.