Algún día, querida Uve, te contaré en qué días escribí para ti
esta carta. Y quizás así puedas entender un poco más todo lo que espero que
sientas o hayas comprobado sobre tu país para entonces.
Vaya por delante que tu madre no es mujer de banderas. Creo que nacemos donde podemos y, sobretodo, donde nos toca. En ese sentido no entiendo
que alguien se rasgue las vestiduras por una tela de colores. Y que me
perdonen. No se me eriza el vello al oír himnos. No beso banderas más que la de
la libertad, como decía Lorca, aquella en la que yo también “bordé el amor más
grande de mi vida”.
Sin embargo, me gusta el país en que he nacido. Me gustan
tantas cosas de él como las que detesto, seguramente. Esto es como la familia,
conoces un lugar tanto desde dentro que al final, conoces sus virtudes y las
ensalzas, pero también sus defectos, y te enervan.
A mí me emociona la España que parió a Cervantes; a la
Generación del 27 con sus Sin Sombrero; la de las Luces de Bohemia, tan esperpéticamente cruda; la que forjó a un rebelde; la que observó con poesía los campos de castilla. La misma que vio hizo convivir tres religiones en
tantos lugares de su geografía, sobre la que se edificaron algo más que monumentos, regalos de la humanidad: esa Alhambra, esa Sagrada Familia, esa Catedral de Santiago y tantas, tantas otras maravillas. Me emociona sobretodo el pueblo, el mismo que se ha matado a trabajar en los campos de
nuestra Extremadura o de Andalucía, que han regado de sudor y esfuerzo el
futuro de sus familias y han dado de comer a un país entero con una humildad que es su tremenda grandeza. Me tocan el corazón todas y cada una de las regiones
del norte, con todos sus acentos y sus idiomas, su sensacional comida, sus
imponentes paisajes, su Camino de Santiago, probablemente uno de los mejores
viajes que se pueden hacer en la vida. El Mediterráneo y sus playas, casi reventadas
de ladrillo, pero que aún conservan lo mejor: sus gentes bañadas de pura luz de
sol y uno de los mejores estilos de vida del mundo. Esos Castellanos castizos que nos contaron hilarantes historias de lazarillos
y abrieron las puertas de nuestras primeras universidades.
Esa España que es la
de verdad, la de sus gentes, la de la obra de sus pueblos.
Y digo pueblos. Porque somos un país hecho de pueblos. De
naciones, incluso. ¿Sabes? Un Estado y una Nación no son lo mismo. Demasiada
gente los confunde y creo que algunos de los peores conflictos de entendimiento
de los pueblos vienen de esta confusión. Un Estado es un país, es
decir, un territorio unificado bajo una misma administración política, económica,
social. La nación es otra cosa mucho más seria, tiene que ver con el corazón.
La nación es la verdadera patria de uno, de donde se siente. Esto se puede
corresponder con esa unidad administrativa que es el Estado, o no. La nación no se puede imponer, jamás. En el caso
de España, resulta que hay varias naciones conviviendo en el mismo Estado. Así
de ricos somos. Un puñado de naciones compartiendo cultura, sumando idiomas y dialectos,
respetando nuestras diferencias, enriqueciéndonos unos a otros. Al menos, estas
son algunas de las oportunidades que yo observo cuando pienso que vivo en un
Estado Plurinacional (ahí queda ese palabrejo).
En lo vergonzante, hija… España también tiene lo suyo. Demasiado
a menudo pecamos de intolerantes, tenemos miedo a lo diferente, nos conformamos,
y lo que es peor, nos partimos la cara entre nosotros mismos. De eso, sabemos
un poco. Reventar nuestro medio ambiente tampoco se nos da mal. De gobernantes corruptos lo sabemos todo, probablemente. De votarles
con sorprendente insistencia, también. De salir más a la calle a corear a
futbolistas que a exigir justicia cuando nos quitan nuestros derechos, pues
también. Y de creernos todo lo que sale en las noticias o en las redes sociales,
ni hablemos. Eso se nos da de miedo. Somos un pueblo –o un conjunto de pueblos-
fácilmente agitable, inflamables, a veces un poco becerros, por qué no decirlo. Siempre vamos de cabeza y actuamos antes de pensar. Somos increíblemente amables con la corrupción, y dramáticamente
duros con quien piensa de forma diferente a nosotros. Poco dialogantes si no nos
dicen lo que queremos oír. Hemos vertido nuestra propia sangre, y no siempre hemos sabido recogerla. España tiene grandes oscuridades, casi a la altura de sus virtudes.
Ojo, que no se me escapa que aún quedan justos y
justas en Gomorra. Afortunadamente creo y estoy convencida de que tenemos un país lleno de buenas personas en todos y cada uno de sus rincones.
Para superar estos pecados nacionales que tanto arrastramos,
te propongo una cosa. Mira frente a frente a la gente de tu país. A la de
verdad. A la que se levanta temprano para trabajar y paga sus impuestos para
que todos podamos compartir una calidad de vida. A la que tolera las
diferentes formas de entender la misma cosa y pregunta lo que no sabe. A la que piensa que la patria no
es una cuestión de colores ni músicas sino de trabajo en equipo para que las
cosas funcionen. A quienes ayudan a los demás sin preguntarles de donde vienen,
tengan el acento que tengan, incluso hablen el idioma que hablen. A las que no
caen en tópicos generados para tensionar ciudadanos contra ciudadanos. Busca a la gente de verdad en este conglomerado
de orígenes, de ideas, de historias, de culturas que es España. Habla con ellos
sin que medie la política ni ningún medio de comunicación y descubrirás un
panorama absolutamente distinto al que te muestras desde las altas esferas. Viaja por tu país, descubre sus rincones y
deja que te sorprendan, que lo harán. Escucha cada historia, visita cada pueblo,
sonríe cuando no comprendas lo que te dicen porque lo hacen en otro idioma,
enseguida volverán a la lengua común con amabilidad y respeto.
No tengas
miedo de ninguna región ni de ninguna nación de España. Son tus pueblos
hermanos. Muéstrate siempre tolerante y podrás enriquecerte con todo lo que
tienen que ofrecer. Regala amor y no recelo. Pregúntales cómo se ve la vida
desde ese rincón de tu propio país, y cuéntales lo que observas de España desde
tu balcón.
Dijo Salvador Allende: “La historia es nuestra y la hacen
los pueblos”. Eso sí es un noble himno ante el cual yo me descubriría. Toda una declaración de intenciones que espero que
quieras adoptar. Tú, siempre al lado del pueblo, comprendiendo, defendiendo al
pueblo. De España y de dónde sea. Disfruta de tu país y olvídate de dónde ponen
otros sus fronteras. Siéntente de dónde quieras y respeta los sentimientos de
pertenencia de los demás.
Y sobre todo, y por favor te lo pido. No odies hija mía. No
odies. Que ya se ha odiado demasiado en esta España nuestra.