No me felicites. Por favor. No caigas en eso. Hoy no es mi
cumpleaños y no necesito flores ni bombones, ni que me recuerdes que soy
maravillosa (Gracias. Lo tengo claro). Deja la artillería pesada para otro
día porque si lo piensas bien, ¿qué quieres decir cuando dices “felicidades” a
una mujer en el día 8 de marzo? ¿Por qué felicitas? ¿Quizá te has creído a pies juntillas los slogan de anuncios de
compresas y de verdad crees que ser mujer es sencillamente maravilloso? Pues mira,
no. No es maravilloso ni fácil. Es una carrera de obstáculos que tenemos que
correr queramos o no. Nos apetezca o no. Solo por el hecho de que nacimos con una vagina. Y si tenemos un día internacional no
es para que las floristerías vuelvan a hacer el agosto a pocos días de San Valentín,
sino para que el mundo se entere de que seguimos resistiendo en este maldito
juego de poder llamado patriarcado en el que la mitad de la humanidad trata sistemáticamente de
subyugar a la otra. No hemos elegido nacer mujeres pero tampoco escurrimos el
bulto. Luchamos todos los días contra muchas injusticias y no te enteras ni de
la mitad. ¿Felicitarías a un enfermo el día internacional de la lucha contra el cáncer? Supongo
que no se te ocurriría. Pues aquí lo mismo: no estamos de fiesta. Estamos
trabajando duro para cambiar las cosas. Estamos tan orgullosas de ser mujeres como tú de ser hombre, pero lo que de verdad es un orgullo es ser una mujer luchadora.
Por eso no quiero tus felicitaciones. Quiero tus actos. Quiero
tu compañerismo. Quiero tus hechos. En vez de decirme “felicidades”, cierra el
pico la próxima vez que pase delante de ti y pienses que voy muy guapa o muy
fea o que mi ropa dice esto o aquello de mi o que mi culo es muy grande o mis tetas muy pequeñas. No me interesa tu opinión. Cállate
la boca la próxima vez que quieras arremeter contra mí porque vivo mi
sexualidad como me da la gana, me visto como quiero y me acuesto (o no) con
quien quiero y cuando quiero. No me pongas una mano encima ni amenaces con
hacerlo. No me violes. No me mates. No pienses ni digas que la culpa era mía por esto o aquello, o que debería haber hecho así o asá para que no me pasara alguna desgracia. No me prohíbas nada: asume que no eres mi
dueño, que yo decido lo que hago con mi ropa, con mis amistades, con mi cuerpo,
con mi tiempo libre y también con mi trabajo. Acompáñame en mi vida si quieres y si yo quiero,
pero no pretendas controlarla. No hagas chistes machistas. No tienen ni puta
gracia salvo que quieras parodiar al imbécil número uno. No asumas que cocino,
que limpio, que cambio pañales mejor que tú. Ni que conduzco peor o que no se
montar muebles ni jugar a fútbol. Respeta mi derecho a dar mi opinión y a levantar la voz y ser vehemente.
No soy una histérica por defender mis argumentos. Entiende que no, significa no. No me regales muñecas con
vestidos de princesa ni te empeñes en vestirme de rosa. No quieras ser mi
príncipe azul porque no lo estoy buscando.
En lugar de felicitarme, compórtate como un compañero.
Alguien capaz de levantar la voz ante las injusticias a las que cada día me
enfrento. Que no le quite hierro al asunto diciendo que exagero. Que me pague
lo mismo que a mi compañero varón. Que respete mi derecho a ser madre o a no
serlo. Que calle bocas conmigo, que guerree conmigo, que no permita faltas de
respeto a ninguna mujer delante de él. Que no diga que no es feminista porque
él cree en la igualdad. Que me respete como profesional. Que no prefiera un hijo varón “porque le entendería
mejor”. Que comparta responsabilidades en todos los ámbitos. Que se deje
dirigir por mí si es lo que toca. Que se indigne conmigo viendo películas de Disney que flaco
favor les hacen a nuestras hijas y a nuestros hijos. Que se cabree con los
catálogos de juguetes para niñas, inundados de rosa chicle. Que llore de rabia
ante la prostitución, la trata de mujeres, la ablación del clítorix, los
matrimonios concertados, los asesinatos de mujeres que denunciaron o que no lo
hicieron, las violaciones de mujeres que llevaban minifalda y escote o pantalón
de pana y jersey de cuello alto. Que no se crea tópicos como que el amor
romántico todo lo puede: el respeto todo lo puede. Que sepa que yo no salí de su costilla sino
que él salió de mis entrañas, y que detrás de todo gran hombre no tiene por qué
haber una gran mujer, y que si está debe estar a su lado. Que no quiera ser un galán ni un caballero andante sino uno más en una noble lucha.
Cuando hagas eso, yo te felicitaré a ti, encantada. Te
daré la bienvenida a este lado de la balanza y te enseñaré quienes somos. Las condenadas
a demostrar mucho más para ganar mucho menos. Las que crecieron jugando a dar
el biberón a su nenuco y con Barbie y su mansión de ensueño con sus muebles
barrocos y rosados mientras tú montabas el mecano y soñabas con ser astronauta. Las que no valían para las
ciencias, pero sí para cuidar niños. Las que ocupan la mayoría de los asientos
en las universidades y un escaso porcentaje de las cátedras. A las que les
levantaste la falda en el patio del colegio. A las que respetaste solo por
miedo a su novio o a su hermano mayor. Las que no contrataste por si les daba
por tener familia. Las que despediste por quedarse embarazadas. A las que llamaste putas, frígidad, ninfómanas, estrechas, ligeras de cascos, locas, irracionales, desesperadas, etcétera. Las hijas del
patriarcado que saben que su lugar en el mundo está en la libertad y no pararán
hasta conseguirlo mientras quede una sola que sufra injusticia. Cueste lo que
cueste. Aunque me llames feminazi. Aunque me felicites. Aunque todo esto te
parezca exagerado y yo una histérica. Aunque no quieras unirte. Vamos a
conseguirlo y lo que deberías decir, si eres un hombre justo (que seguro que lo
eres) no es “felicidades”, sino “ánimo” y “gracias”.
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