miércoles, 29 de abril de 2015

Los muertos de "el otro lado"

Hace semanas que no era capaz de sentarme a escribir nada razonable. Aún persiguiendo un tema que se me escapaba entre rechinar de dientes y rabia, no había manera de plasmarlo, y supongo que con estas líneas no le haré justicia. No les haré justicia. 

Hoy sin embargo he encontrado la chispa adecuada en una frase: "son también nuestros muertos los que yacen en nuestras aguas". Es un extracto de un muy recomendable artículo de mi colega en todos los sentidos posibles y alguno más, Ruth García, que en sus Crónicas Olvidadas ha expresado el sentir compartido por muchos de esa indecencia, de esa injusticia sin paliativos de la que somos testigos y cómplices día sí y día también, a las puertas de nuestras casas y países. 



Lo del avión de Germanwings fue una tremenda putada, no voy a negarlo. Lo sentí mucho. 150 víctimas y una semana entera de especiales informativos. Presidentes y autoridades lamentándose y mandando sus mejores deseos a las víctimas. Occidente vistió el luto riguroso de la pena y homenajeó por activa y por pasiva a los desafortunados que viajaban en ese vuelo. 

Je suis Charlie, por supuesto. Por qué no. Doce víctimas del absurdo. Como persona y como periodista lo sentí en el alma, faltaría más. Luego tuve que ver cómo se paseaban por las calles de París personajes de la talla de Benjamin Netanyahu, un reconocido defensor de todo tipo de libertades (entiéndase la sorna), o mi propio presidente, que estaba a punto de aprobar la ley mordaza para demostrar una vez más que las libertades públicas son una materia que controla (y mucho). 

En fin. Manifestaciones multitudinarias, especiales informativos, políticos encantados de haberse conocido, y mucho dolor. En el caso de los muertos del Mediterráneo, solo queda esto último: el dolor ahogado y silencioso de miles de vidas que se hunden aguas abajo, en las mismas donde este verano muchos iremos a mojar el culo con total amnesia. Intentando borrar de nuestra mente que estaremos retozando con nuestras toallas y colchonetas de playa en una enorme fosa común llena de las vidas de esas personas que nunca trascenderán, cuyos nombres e historias (que los tienen) nunca conoceremos, que ya son solo números y estadísticas en nuestros medios de comunicación. Son los muertos de ese otro lado del mundo que ni conocemos ni nos interesa demasiado, porque es el lado que nos devuelve el reflejo de nuestra propia miseria humana, de las injusticias que perpetuamos y de lo que de verdad cuesta nuestra forma de vida "desarrollada".

A continuación daré un dato muy relevante, presten atención porque para muchos quizás sea una exclusiva: SON PERSONAS quienes tratan de llegar a nuestras costas buscando un futuro mejor. Personas humanas, sin ninguna distinción extra. No son inmigrantes, ni ilegales, ni sinpapeles, ni indigentes en potencia, ni ladrones de empleo. Son sencillamente personas que tratan de encontrar en nuestros países lo que en los suyos se les niega por diversas causas que van desde la hambruna más tremenda, hasta el conflicto más sangriento, pasando por la enfermedad y la muerte. 


Me pregunto en qué momento nos hemos vuelto tan asombrosamente inhumanos. Qué habrá en nuestro ombligo tan interesante como para que no podamos mirar ni un poco más allá. Si fuésemos capaces de ponernos por un segundo en su piel, pero claro, estamos demasiado ocupados con nuestros propios problemas. Como si no fuera nuestra la responsabilidad de cambiar las cosas. Porque, aunque yo particularmente no pueda coger una barca por mis propios medios y largarme a rescatar naúfragos, sí que puedo hacer otras cosas significativas y que van a suponer cambios: puedo no votar a los partidos que ponen vallas con concertinas, o que recortan en cooperación internacional, o que quitan la sanidad a las personas extranjeras. Puedo colaborar con ONG que luchan día a día por ayudar a estas personas aquí y allá, y por concienciar a otras tantas. Puedo dejar de tomarme un café para aportar dinero a quienes trabajan para mejorar la situación de estos países. Puedo ir a manifestaciones, puedo alzar la voz y decir que estoy con el pueblo africano y con todos los pueblos del mundo que son víctimas de un sistema depredador que mi "primer mundo" mantiene por intereses que no son los míos.

Porque este proceso, los flujos migatorios manifestados en pateras y saltos de valla, tiene unas causas que no son otras que las situaciones extremas de necesidad, violencia y conflicto que sufren muchas regiones y continentes enteros mientras nosotros, los ciudadanos de a pie, miramos hacia otro lado. Se desestabilizan regiones enteras para expoliar recursos naturales, se permiten violaciones sistemáticas de los derechos humanos y ningún presidente de ningún país europeo va a solidarizarse con los niños soldado, con los enfermos de ébola más allá del Mediterráneo, con las víctimas de las mafias, con las mujeres que ven morir a sus hijos de hambre sobre sus brazos, con los esclavos que entregan sus vidas en minas inmundas para que nuestros smartphones funcionen. Con esta realidad, yo me pregunto, ¿a quién le extraña que quieran abandonar? ¿Tan raro es que prefieran probar suerte en otro lugar? ¿Qué haríamos cada uno de nosotros en esa situación?


Yo lo tengo claro: me subiría a una patera, o a una cáscara de nuez si hiciera falta. Aunque luego llegase y me encontrase con una película muy diferente a la que me contaron y de repente me convirtiese en una paria y fuera rechazada hasta el punto de ver ninguneada mi propia muerte como una cifra perdida entre tantas. Pero habría tenido la valentía de intentarlo, y la osadía de recordarle a ese "primer mundo" egoísta y cruel, que detrás de su abundancia y sus excesos hay realidades duras e indigestas que no dejan de ser responsabilidad de todos, por mucho que miremos hacia otro lado. 


Sobre el tema, os dejo un corto de animación que me tocó el corazón, espero que toque muchos más. No dejéis de verlo.