En memoria de Gabriel Cruz.
Y de todos los niños y todas
las niñas que nos sufren
Querida Uve.
Ayer enterramos al pequeño Gabriel Cruz. Nuestro país es
tanto llanto desde hace unos días que hasta las nubes se han unido al duelo y
escurren sobre nuestras cabezas el gris que nos inunda. Además de ésto, sólo en los dos primeros
meses de este año que atravesamos, han sido asesinados en Siria más de 1.000
niños y niñas que su suman a la vergonzante y horrorosa cifra de más de 20.000
criaturas que han perdido la vida en los siete años de esta guerra. Pocos días
antes de que tú nacieras, apareció en una playa de Turquía el cadáver de Aylan
Kurdi, un niño de tres inocentes años al que unos desesperados padres subirían
a vete tú a saber qué cascarón de nuez para buscar un futuro mejor lejos del
horror de la guerra y de la muerte. Alrededor de 700.000 niños en el este de
África sufren desnutrición severa y a causa de ello es muy probable que vayan a
morir este mismo año.
Vivimos en un mundo que, cada dos por tres, fuerza la marcha
de demasiadas vidas inocentes. Y hay muchas muertes más que no puedo contar aquí: casos
aislados o particulares, o auténticos genocidios infantiles. Concepto para el
cual, por cierto, no existe un término específico. No sé por qué. O quizá sí se
por qué: porque lo que no se nombra, no existe. Y es harto vergonzoso,
reconocer una ruindad demasiado grande, asumir el poco respeto y la poca
sensibilidad que tenemos por la vida de niñas y niños como tú misma.
No es lo mismo morir siendo niño porque te mate algún
malnacido o una hijadeputero, que hacerlo porque has tenido la mala, tremenda
suerte de nacer en zonas del mundo donde la vida no vale nada. Pero ambas
muertes me sirven para explicarte hoy una cosa: por qué vuestra vida tiene
tantísimo valor. La de todos los niños y todas las niñas del mundo.
Desgraciadamente creo que no voy a poder evitar que crezcas
viendo niños asesinados por este o aquella cada tres por dos; niñas secuestradas
y violadas como muñecas rotas; pequeños muertos llegando a las playas donde, en
verano, nos tomaremos la tapita de salpicón los que tenemos toda la suerte que
a ellos les falta; rostros infantiles anónimos para quienes alguien pide comida
desde la pantalla del televisor justo antes del anuncio de un coche de lujo.
Sí me gustaría que fueras capaz de entender que la
injusticia es mil veces mayor cuando afecta a una niña o a un niño, más cuando le
cuesta la vida. Y que teniendo eso muy claro, siempre estés al lado de todos
los peques del mundo, y sobretodo de quienes son objeto de diferentes
desgracias. Hazlo especialmente cuando seas una persona adulta. Permanece a su
lado, ayúdales, explora sus problemas y sus necesidades y pelea por todos. Déjate embriagar por las sonrisas limpias, aunque las tengas que ver en
un póster junto a un féretro de pequeño tamaño y se te haga añicos algún rincón del alma. Métete en sus miradas, en sus palabras, en sus geniales razonamientos, de todo eso tan bello de lo que ahora mismo formas parte. Los niños y las niñas
sois la luz del mundo. La más intensa y la única por la que vale la pena
cualquier esfuerzo individual o colectivo.
Os debemos un mundo mejor, las gentes de bien lo sabemos. Aunque
parece que no sabemos cómo dároslo. Como hacer de este planeta un lugar donde
seáis tan sagrados como lo es vuestra inocencia. Donde se cierren filas ante
vosotros y vosotras para que nunca os suceda nada malo y para que podáis crecer
rodeados de valores, de bondad, de la alegría que tanta falta hace y que tanto
desprendéis con generosa inconsciencia. Considero que sería ésta una inversión
a plazo fijo para que el día de mañana pudiéramos cobrar con intereses una limpia sociedad de gente
que ha crecido regada por la bondad. Pero parece que hay mucha gente a la que eso no les importa.
Y sí, supongo que mucha gente pensará que exagero cuando
digo que hay muchas sociedades que os apartan de su vida social, y otras tantas que directamente os masacran, pero muy pocas que os respeten completamente y sobretodo que os incluyan. No hablemos de
la política donde sois, en demasiados lugares, directamente, invisibles e invisibilizadas. Vivimos en
un conglomerado social donde importáis cada vez menos, y se os valora nada. Así
lo podemos observar con la proliferación de establecimientos donde se os niega
la entrada como si de animales os trataseis, para que no molestéis. Por no hablar de
quienes os emplean como armas de guerra o monedas de cambio en escenas más
propias de películas de terror que de algo que tenga que ver con humanidad. Puede parecer que he mencionado extremos muy lejanos pero veo claro un denominador común, una vez salvadas la distancias en materia de crueldad: al final, os tratamos, en una u otra medida, como
si no fueseis parte de esto: de nuestras ciudades y de nuestros espacios, de nuestros conflictos y de nuestras soluciones. Como
si no fueseis ni más ni menos que algo tan vital como el futuro de todas.
Por eso, a veces me echo a temblar cuando veo el odio que
estamos sembramos sobre vosotros a tan cortas edades. Porque el pequeño Gabriel
ya se llevó su preciosa sonrisa a otro lado y descansa, pero deja junto a él
legiones de niños y niñas que se preguntan por qué su compi no vuelve hoy al
cole. Peques que se preguntarán el resto de su vida por qué las personas
adultas, quienes se supone que han de protegerles, arremeten contra ellos con
toda su violencia cuando parece que estorban o que pueden ser utilizados para
sus perversiones más oscuras o sus beneficios más ilícitos. También estarán los
niños supervivientes de las desgracias más grandes, a los que todo el mundo les
ha pasado por encima. Me pregunto qué tipo de adultos saldrán de tanto desdén, tanto odio, de
tanta maldad vertida.
Lo que más me gusta de la infancia es que, por mucho odio
que se vuelque contra ella, siempre hay una disposición a la sonrisa desde su
lado, una mano tendida, un perdón. Si algo he aprendido desde que soy tu madre es
a reconocer la bondad más pura que he visto, a través de tus ojos. No era como
me lo habían contado: “los niños son chungos, son malos, las niñas son
estorsionadoras, se aprovechará de ti, querrá engañarte”… Cuántas mentiras. Cuánto
engaño. Si sois lo mejor que hay, y sois lo mejor que fuimos quienes ya dejamos
atrás esa etapa. Sois nuestro futuro y nos empeñamos en oscureceros cuando lo
único que sabéis y debéis hacer es brillar con pureza para iluminar nuestros
caminos.
Prefiero concentrarme en la idea de que el mundo está lleno
de mujeres y hombres que aman a los niños y a las niñas porque si no, con este
panorama, a veces se hace difícil continuar. Pero hay tanto por hacer para que
tengáis el mundo que os merecéis, que da vértigo. Quizá el planteamiento es
erróneo y no necesitamos hacer un mundo que os merezcáis, sino un mundo que os
merezca a vosotras y a vosotros, que sois el mejor reflejo de nuestra
humanidad.
Pase lo que pase seguid, seguid brillando. Desde el suelo como
tú, o desde las estrellas como Gabriel. Porque nunca ha hecho tanta falta
vuestra luz en este mundo.