martes, 8 de marzo de 2016

No me felicites



No me felicites. Por favor. No caigas en eso. Hoy no es mi cumpleaños y no necesito flores ni bombones, ni que me recuerdes que soy maravillosa (Gracias. Lo tengo claro). Deja la artillería pesada para otro día porque si lo piensas bien, ¿qué quieres decir cuando dices “felicidades” a una mujer en el día 8 de marzo?  ¿Por qué felicitas? ¿Quizá te has creído a pies juntillas los slogan de anuncios de compresas y de verdad crees que ser mujer es sencillamente maravilloso? Pues mira, no. No es maravilloso ni fácil. Es una carrera de obstáculos que tenemos que correr queramos o no. Nos apetezca o no. Solo por el hecho de que nacimos con una vagina. Y si tenemos un día internacional no es para que las floristerías vuelvan a hacer el agosto a pocos días de San Valentín, sino para que el mundo se entere de que seguimos resistiendo en este maldito juego de poder llamado patriarcado en el que la mitad de la humanidad trata sistemáticamente de subyugar a la otra. No hemos elegido nacer mujeres pero tampoco escurrimos el bulto. Luchamos todos los días contra muchas injusticias y no te enteras ni de la mitad. ¿Felicitarías a un enfermo el día internacional de la lucha contra el cáncer? Supongo que no se te ocurriría. Pues aquí lo mismo: no estamos de fiesta. Estamos trabajando duro para cambiar las cosas. Estamos tan orgullosas de ser mujeres como tú de ser hombre, pero lo que de verdad es un orgullo es ser una mujer luchadora.

Por eso no quiero tus felicitaciones. Quiero tus actos. Quiero tu compañerismo. Quiero tus hechos. En vez de decirme “felicidades”, cierra el pico la próxima vez que pase delante de ti y pienses que voy muy guapa o muy fea o que mi ropa dice esto o aquello de mi o que mi culo es muy grande o mis tetas muy pequeñas. No me interesa tu opinión. Cállate la boca la próxima vez que quieras arremeter contra mí porque vivo mi sexualidad como me da la gana, me visto como quiero y me acuesto (o no) con quien quiero y cuando quiero. No me pongas una mano encima ni amenaces con hacerlo. No me violes. No me mates. No pienses ni digas que la culpa era mía por esto o aquello, o que debería haber hecho así o asá para que no me pasara alguna desgracia. No me prohíbas nada: asume que no eres mi dueño, que yo decido lo que hago con mi ropa, con mis amistades, con mi cuerpo, con mi tiempo libre y también con mi trabajo. Acompáñame en mi vida si quieres y si yo quiero, pero no pretendas controlarla. No hagas chistes machistas. No tienen ni puta gracia salvo que quieras parodiar al imbécil número uno. No asumas que cocino, que limpio, que cambio pañales mejor que tú. Ni que conduzco peor o que no se montar muebles ni jugar a fútbol. Respeta mi derecho a dar mi opinión y a levantar la voz y ser vehemente. No soy una histérica por defender mis argumentos. Entiende que no, significa no. No me regales muñecas con vestidos de princesa ni te empeñes en vestirme de rosa. No quieras ser mi príncipe azul porque no lo estoy buscando. 

En lugar de felicitarme, compórtate como un compañero. Alguien capaz de levantar la voz ante las injusticias a las que cada día me enfrento. Que no le quite hierro al asunto diciendo que exagero. Que me pague lo mismo que a mi compañero varón. Que respete mi derecho a ser madre o a no serlo. Que calle bocas conmigo, que guerree conmigo, que no permita faltas de respeto a ninguna mujer delante de él. Que no diga que no es feminista porque él cree en la igualdad. Que me respete como profesional. Que no prefiera un hijo varón “porque le entendería mejor”. Que comparta responsabilidades en todos los ámbitos. Que se deje dirigir por mí si es lo que toca. Que se indigne conmigo viendo películas de Disney que flaco favor les hacen a nuestras hijas y a nuestros hijos. Que se cabree con los catálogos de juguetes para niñas, inundados de rosa chicle. Que llore de rabia ante la prostitución, la trata de mujeres, la ablación del clítorix, los matrimonios concertados, los asesinatos de mujeres que denunciaron o que no lo hicieron, las violaciones de mujeres que llevaban minifalda y escote o pantalón de pana y jersey de cuello alto. Que no se crea tópicos como que el amor romántico todo lo puede: el respeto todo lo puede. Que sepa que yo no salí de su costilla sino que él salió de mis entrañas, y que detrás de todo gran hombre no tiene por qué haber  una gran mujer, y que si está debe estar a su lado. Que no quiera ser un galán ni un caballero andante sino uno más en una noble lucha. 

Cuando hagas eso, yo te felicitaré a ti, encantada. Te daré la bienvenida a este lado de la balanza y te enseñaré quienes somos. Las condenadas a demostrar mucho más para ganar mucho menos. Las que crecieron jugando a dar el biberón a su nenuco y con Barbie y su mansión de ensueño con sus muebles barrocos y rosados mientras tú montabas el mecano y soñabas con ser astronauta. Las que no valían para las ciencias, pero sí para cuidar niños. Las que ocupan la mayoría de los asientos en las universidades y un escaso porcentaje de las cátedras. A las que les levantaste la falda en el patio del colegio. A las que respetaste solo por miedo a su novio o a su hermano mayor. Las que no contrataste por si les daba por tener familia. Las que despediste por quedarse embarazadas. A las que llamaste putas, frígidad, ninfómanas, estrechas, ligeras de cascos, locas, irracionales, desesperadas, etcétera. Las hijas del patriarcado que saben que su lugar en el mundo está en la libertad y no pararán hasta conseguirlo mientras quede una sola que sufra injusticia. Cueste lo que cueste. Aunque me llames feminazi. Aunque me felicites. Aunque todo esto te parezca exagerado y yo una histérica. Aunque no quieras unirte. Vamos a conseguirlo y lo que deberías decir, si eres un hombre justo (que seguro que lo eres) no es “felicidades”, sino “ánimo” y “gracias”.