No teníamos bastante
con ser referentes mundiales en cuanto a fiesta o cachondeo, o en las
estadísticas sobre consumo de drogas, fracaso escolar, absentismo
laboral y demás cuestiones que poco dan para vanagloriarse. Ahora
los españoles tenemos un nuevo récord de entre los ahora conocidos,
y a mí este sí me molesta, me avergüenza y me duele en el alma.
Ahora somos ejemplos
mundiales en mano dura contra esos “delincuentes” -por favor,
entended la ironía- que son esas familias despiadadas que no pagan
sus hipotecas a los pobres bancos que tan necesitados están. El
desahucio bate nuevos récords en España, situándose en el
primer trimestre de 2012 en una media de 510 procesos ejecutados al
día, lo cual da la terrorífica cifra de 46.559 familias que se van
a la calle en estos tres meses analizados, un 18% más de las que
fueron desalojadas en el mismo período del año anterior, cuando ya
nos parecían demasiados.
Siempre me ha parecido
que el desahucio es una de las lacras más sangrantes de esta crisis,
porque implica no solo quedarte sin tu casa, que para empezar ya es
suficiente en materia de injusticias, sino que esto sucede con un
añadido de agravio a la dignidad del desahuciado, una humillación
que con estas cifras ya podemos afirmar sin miedo a equivocarnos que
es una epidemia nacional.
El trabajador que
compró su casa en su día lo hizo contando con que podría pagar su
hipoteca. Incluso sabiendo que el negocio del banco imponía una
serie de intereses que también habría de abonar, pero contando con
su fuerza de trabajo y pensando en una situación de normalidad
económica -y sin saber muy bien que esta crisis es precisamente
normalidad económica en términos capitalistas- podría hacer frente
a tal deuda. No sabía que en numerosas ocasiones los pisos serían tasados muy por encima de su valor real, y ni por asomo creyó que tendría que pagar en forma de desahucio esa miserable especulación unos años más tarde, cuando las cosas se torcieran en la economía española y quizás quedase en paro. A ésto es a lo que los titiriteros de la política han llamado "vivir por encima de las posibilidades". Hay que joderse, y disculpadme tal expresión pero no hay otra que exprese mejor mi sentir.
Mientras esto iba pasando, los bancos te
presentaban la hipoteca como la oportunidad de tu vida, y todo eran
facilidades. Se repartían hipotecas como churros, y se oían los
cantos de sirena desde la acera de enfrente de la sucursal de turno.
Pese a todo, mucha gente pasó por el aro y oigan, yo no les culpo.
No les culpo porque no
es culpa suya querer una casa a la que además tienen derecho, ni son ellos responsables de que el sistema haya creado un monstruo de mentiras y
promesas infundadas, mentiroso y avaro, que ahora se está cobrando
su propia avaricia en pisos que no necesita y que quedan vacíos de
familias y de sueños para ser cerrados a cal y canto sin más. Otra
muestra de la soberbia capitalista en todo su esplendor, otro golpe
en el duro pulso que nos están echando. Aquí no hay nada casual,
olvidémonos de eso.
El banco no necesita la
casa, el político del sistema no necesita que las tasas de
desahuciados suban -por puro márketing, no porque le importen- sin
embargo el proceso no se invierte, ¿por qué?. Porque el miedo es un
arma básica desde la perspectiva oligárquica de la lucha de clases.
Un pueblo acojonado es un pueblo dócil y servil, más proclive
quizás a quedarse calladito y dejarles hacer con su maldita excusa
de que hay que apretarse el cinturón. Argumentos crueles sales de
mentes igualmente crueles, por supuesto. Porque si apretarse el
cinturón es permitir que tus hijos se queden sin un techo, entonces
es que estamos más socialmente enfermos de lo que yo pensaba.
El miedo a quedarte sin
trabajo, luego sin piso, con la familia, la abuela y los dos perros
en la calle y sabiendo que en los tiempos que corren no encuentra
trabajo nadie, ni se vende un piso. Ese miedo hace que nos traguemos
reformas laborales, recortes y cuentos chinos variados. El padre o la
madre de familia que tiene un trabajo que le da para ir tirando,
asume las variaciones que las medidas políticas implican a su puesto
que quizás en su día estaba bien, pero que tras quedarse en pelotas
ante el despido libre o con respecto a la cobertura sanitaria, ya no
es el chollo que era. Lo hacen porque cuando se anda sobre una cuerda
floja, no conviene hacer grandes movimientos. Reirtero mi comprensión
hacia el miedo, que es muy libre, y sobretodo hacia el amor a la
propia familia a la que de ninguna manera se querría ver en una
circunstancia tan dramática como siendo echados de su propia casa
para que luego el banco la cierre y la tengas que ver así, tapiada
incluso se han visto algunos casos, vacía días tras día. Para que
te quede bien claro quien manda, y lo miserables que pueden llegar a
ser por doblegar al pueblo y conservar sus estatus y privilegios a
toda costa.
Julio Anguita lo ha
defendido varias veces: la vivienda es un derecho constitucional, y
lo pongo en minúsculas porque no pienso hacer honores de ningún
tipo a una constitución como la que tenemos, que parece que solo
sirve para defender y justificar al Rey cuando la caga, pero cuyos
artículos son definitivamente papel mojado y si ya no eran gran
cosa, si ni siquiera nos garantiza derechos que se asumieron en su
día como irrenunciables. Como derecho constitucional, la vivienda de
una familia jamás debería estar por encima de los intereses
económicos de un banco. Anguit por ello plantea la siguiente tesis
que yo comparto: si una familia demuestra que solo tiene una casa,
sin ningún otro sitio donde vivir, que no puede seguir pagando la
hipoteca por sus circunstancias económicas, por no tener un trabajo
-otro derecho constitucional, por cierto- y esto es así, en ese caso
la hipoteca debería quedar anulada, y la casa en propiedad de la
familia, porque así se lo debe garantizar su constitución en
términos de protección ciudadana, y porque los intereses
empresariales jamás han de estar por encima de una garantía tan
básica. Que me llamen loca, pero me parece una gran solución.
Lo que no me parece
solución son los balones fuera de los politicuchos que siguen
haciendo la cama a los bancos con medidas al respecto de esta lacra
tan insultantes como el dejar que los bancos elijan o valoren la
dación en pago de las viviendas. Claro, si les da la gana, pero sin
agobios. Desde luego hay plumeros que no es solo que se vean a la
legua, si no que barren para casa con un descaro que roza el absurdo.
Luego hablan del pueblo y de su solidaridad con todos estos dramas
sociales y bla bla bla... miserables que vivís en palacios,
palacetes, chalets en barrios exclusivos y que habéis pagados
vuestras hipotecas a base de robos -más o menos institucionalizados
según el caso- si es que las habéis pagado, no os atrevais más a
hablar de solidaridad con los parados o los desahuciados o tantos
otros afectados por vuestras medidas asesinas, porque luego la gente
se cabrea y preguntaréis por qué. Luego somos violentos y
antisistemas y unos malajes cundo salimos a manifestarnos y vosotros,
en vuestra falta de piedad y de comprensión, no lo entendéis y nos
represaliáis.
Si lo entienden,
compañeros. Entienden que les importa una mierda toda ésta
problemática y tantas otras. Entienden que el objetivo de déficit y
el quedar bien con los cuatro mandamases europeos es mucho más
importante que cualquier ciudadano español fuera de las élites
oligarcas. Los que tenemos que entender el ataque y contraatacar
somos nosotros, los que somos requeridos para pagar platos que no
hemos roto, aún a costa de los derechos que decían garantizar una
democracia que ya nadie se cree.
Quien siga pensando en
el Estado protector del ciudadano, que se de una vuelta por la web
para darse cuanta de quien ayuda a quien: vecinos ayudando a vecinos
a parar sus desahucios. El pueblo ayudando al pueblo, esa es la única
protección real. La única esperanza la tenemos en nosotros mismos,
en nuestra clase trabajadora y solidaria y en no dejarnos engañar.
Hay que hacer algo inmediatamente para invertir el proceso de
desahucios en España, sea como sea. Ni una familia más a la calle
para que un banquero se forre, menos aún si hay que echarla con la
policía que pagamos con nuestros impuestos. Conciencia y actuación.
Alba Sánchez