Hoy vengo a explicarte lo que entiendo
por vida. Al menos lo que creo entender, pues se trata de uno de
estos conceptos que no te quedan nunca claros del todo, que se
reformulan a cada paso, y sobre los que se dice de todo y no todo
cierto.
La vida para algunos es el valor
máximo, para otros un don divino, para muchos una mera casualidad.
Para mí quizás sea una combinación de esos tres aspectos, evitando
lo divino y apostando por lo natural. La vida brota de la naturaleza,
y desde mi punto de vista, solo a ella nos debemos. Cuando estabas en
mi barriga leí en un libro que la misma energía y fuerza que hacer
que un bebé surja de la unión de dos células, y que luego crezca,
nazca, y llegue a ser persona, es la misma energía y la misma
"magia" que hace que crezcan los árboles, que nazcan las
flores, que bulla la sangre por nuestras venas a traves de espasmos eléctricos autoproducidos. Por supuesto hay
razones científicas para todos estos fenómenos, pero no me dirás
que algo de magia sí que se observa cuando atendemos a la vida con
mayúsculas, a lo natural, a lo más primigenio, a aquello que
nosotros, los seres humanos, no hemos puesto ahí ni hemos provocado.
Eso es lo que tu madre entiende por
"vida". Un todo del que todos formamos parte. Por eso
devociono la naturaleza como otros lo hacen a sus dioses. Por eso soy
una ecologista convencida y practicante, porque ese es mi único
dios, la energía que se ha convertido en mí, en ti, en nuestras
personas queridas o en las desconocidas, en la naturaleza que nos
rodea y en todas sus particulares manifestaciones a lo ancho de este
-todavía- precioso planeta del que somos un ínfimo elemento. Creo
que nuestras manifestaciones físicas se dan en un tiempo determinado
y durante ese tiempo somos personas, y nos llamamos Cristina, o
Pedro, o Pablo, o Uve. Y después, cuando nos marchamos de esa
situación corpórea, pasamos a formar parte de nuevo del todo, de la
infinidad cósmica, llámalo equis.
Hay muchas cosas que dudo sobre la
vida. No tengo respuestas para las típicas preguntas de quienes
somos o de dónde venimos, pero sí estoy convencida de que la vida
es un regalo, aunque yo personalmente, no sepa de quien. Creo firmemente que todos tenemos derecho a luchar por hacer de nuestro espacio de existencia el lugar más fécil que podamos, siempre que no dañemos con nuestras pretensiones. Y me encanta
cuando observo a la gente creyente, que ha canalizado estas dudas que
todos tenemos y les ha dado respuestas que yo no comprendo, me
encanta cuando lo hacen desde el respeto a los demás a dudar, a
negar, a cuestionar. Me encantan también los ateos, tan seguros de
su seguridad, tan científicos, tan combativos. Me encanta la gente
que no sabe qué pensar sobre la vida, pero que la respeta y escucha
de aquí y de allá para acabar hecho otro lío de los grandes. Me
encantan todos y me encanta el debate sobre el origen de la vida,
pero creo que es secundario respecto al debate principal: el valor de
la vida.
La vida, ¿qué vale? Un creyente te
dirá que no la posee, que es de su dios y que por eso su valor es
supino. Un ateo te dirá algo como que el valor de la vida depende de
facto de factores sociales o económicos. Un idealista te dirá que
todas las vidas valen lo mismo pero, lamentablemente, el telediario
se encargará de demostrarte todos los días que eso no es cierto.
Cada loco con su tema en esta jauría de debates. Todos con un poco
de razón. Todos con un poco de engaño.
Desde los ojos de tu madre no puede
haber ninguna vida que valga tanto como la tuya. Pero no eres hija de
todos, no todo el mundo percibirá tu vida como el valor definitivo.
Habrá quien no tenga problema en hacerte daño, en pasar por encima
de ti o de quien haga falta pensando que su propia vida es el valor máximo. ¿Cambia la vida de valor según quien la observe? ¿Según
desde dónde se observe? Pues lamentablemente, así parece. No valoramos
igual la vida de los animales o la vida natural que la vida humana; y
en la propia vida humana hacemos diferenciaciones: verás que quien
se escandaliza ante un aborto olvida al instante las últimas
imágenes de niños refugiados malviviendo y condenados en campos de
concentración; o que demostramos sin pudor y a los cuatro vientos que las vidas de Europa
parecen no valer lo mismo que las vidas de Siria. Yo trato de
convencerme todos los días de que no somos tan necios o tan malvados
-especialmente los ciudadanos del lado acomodado del mundo, como lo
somos nosotras- pero cada vez se me hace más difícil ante las
crueles evidencias que todos dejamos como un reguero de miseria.
Si a lo largo de todas estas
observaciones he llegado a alguna conclusión, es que el valor de la
vida es relativo a los ojos de los humanos. ¿Es esto cruel?
Seguramente. ¿Hipócrita? Desde luego. Pero es la única explicación
que se me ocurre, y por otra parte es algo que seguro poca gente
reconocerá.
Para mí también es relativo este
valor. Desde mi punto de vista el valor de una vida viene denotado
por dos aspectos: la inocencia en primer lugar, y esta dura poco. Por
eso creo que los niños y las niñas sois sagrados, si es que hay
algo que considero sagrado. La inocencia da valor a una vida porque
añade la incapacidad de dañar, y eso siempre se merece un respeto,
al fin y al cabo es una manifestación de la bondad. Por desgracia,
la inocencia dura más bien poco. A partir de ahí, escojemos nuestro
propio camino y con él, el valor que tendrá nuestra propia
existencia. Cada vida será valiosa en tanto en cuanto sea positiva,
aporte, ayude a crecer y a mejorar. Si la elección va más en la
dirección de dañar, de matar, de violar, de destruir, entonces, no
tengo duda alguna de que esa vida tiene un valor mucho menor. Y en
esto, como en todo, también hay relatividad, porque podemos mejorar,
podemos reinsertarnos, podemos darnos cuenta de nuestros errores -que
hay errores, y "errores", claro está- pero quien opta por
el daño, opta por que su presencia sea, objetivamente más
prescindible que quien elige el camino del buen rollo y el respeto.
Ojo, con esto no quiero decir que me
cargase a todo el que yo considere dañino, porque ni mi criterio
sobre el daño es universal, ni pretendo erigirme como baluarte de
las buenas conductas, precisamente yo, que tropiezo quince veces con
la misma piedra y a veces lanzo la misma a quien menos lo merece.
Solo pretendo ayudarte a reflexionar sobre qué vale la vida y los
tipos de vida: la vida humana, la natural, la animal. ¿Cómo
valoramos los árboles que crecen a nuestro alrededor, que también
son vida? ¿La vida de los animales que fueron la carne que nos
comemos? ¿Y la de nuestras mascotas? ¿Y la denuestros muertos? ¿La de quien vive del cuento y roba a su comunidad pero
aparece como un triunfador definitivo porque su vida "vale"
mucho dinero? ¿La del pequeñín que llega en patera a nuestras
afortunadas costas buscando un futuro mejor?
Y ahora que ya tienes otro meollo
mental fenomenal generado por las ralladas de tu madre, como a todo
esto no le vas a encontrar explicación sencilla y menos aún
resumida en un artículo de dos páginas, te invito a que observes tu
propia vida y le des el valor que consideres. No vayas a cometer el
fallo de mirar las cosas materiales que posees, que son muchas,
porque eso es una lotería y nacer aquí o allá es como que te toque
el gordo. Mejor piensa en los valores que te rodean, en el amor que
te da tu gente querida, en la atención que te prestan y en la que
prestas tú. Y cuando seas un poquito más mayor, mira un poco más
lejos. Observa los problemas que te afectan y los que no, y pon tu
vida al servicio de todas las causas que consideres justas. Dedícate
a mejorar un poquito este mundo que te hemos dejado sin hacer daño a
nadie ni a nada. ¡Hay tanto por hacer! Con esa actitud, te garantizo
una cosa: no podrás equivocarte, estarás añadiendo
irremediablemente valor a tu vida si la vives desde el amor, desde el
respeto, y desde la solidaridad.
¿Parece fácil, verdad?
Tanto como explicarte el mundo en unas
pocas palabras. Nada fácil.
Pero aún nos quedan páginas, aún
cartas, aún esperanza... :)
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