viernes, 9 de febrero de 2018

Cartas a Uve. Sobre el bullying.

Hay una cuestión que me aterra, Uve. Cuando llegáis a nuestros brazos vosotros, nuestros pequeñines, nuestras pequeñajas, a ningún padre o madre se le puede pasar por la cabeza que esa cosita tierna, inocente y dependiente que acaba de caerle entre las manos puedas llegar a convertirse en una mala persona, pero lo cierto es que basta con dar un paseo corto por cualquier lugar del mundo para darse cuenta de que, al igual que las meigas, harberlas, haylas. Hay gente que es sencillamente mala, que su experiencia vital no ha dado para más que para hacer crecer una frustración que ha regado la ira y el odio hasta que, como una enredadera, ésta se ha hecho con todos sus procesos mentales, sentimentales, emocionales. ¿Que da un poco de lástima así visto? No cabe duda. Pero no nos olvidemos de que la peor parte se la llevan sus víctimas.

Si te convirtieses en víctima de una mala persona, me dolería en el alma, pero todavía tendría la paz de sentir que no es tu culpa que otros te traten mal, incluso sentiría el orgullo de ver que, pese a recibir la maldad ajena, tú continuases siendo una buena persona. Se que esto pasa porque lo he visto muchas veces con mis propios ojos, Uve, por eso quiero alertarte. No hay nada malo en ser víctima, es una cuestión de azar. Lo realmente jodido es ser verdugo de otros.

Aunque no era un secreto para nadie, últimamente los casos de bullying, acoso escolar, maltrato entre compañeros, hijoputismo, llámalo como quieras, abundan en los medios de comunicación. Lo cierto es que todas y todos nos hemos pasado la vida observándolo en nuestros centros educativos aunque ahora, como todo, tiene un nombre y una etiqueta pero se reduce a lo mismo, a la maldita jungla en la que unos pocos convierten algo tan presumiblemente honorable como un aula de estudios mientras unos sufren y otras -la mayoría- callan.Muchas hemos sido cobartes, no nos queda más que asumirlo. Ahora lo mínimo que podemos hacer es estar a vuestro lado para daros la valentía que no tuvimos entonces porque la criamos con los años. Porque definitivamente, la adolescencia, la niñez, es la peor etapa de la vida para necesitar ser valiente o fuerte, pero muchas veces no elegimos lo que tendremos que afrontar, y menos con tanto malvado suelto.

Quienes sufren este deleznable acoso lo llevan consigo el resto de su vida. Aunque remienden su alma con la edad y con la perspectiva que te da ir haciéndote adulto, aunque dejen atrás esas páginas oscuras de su historia, los jirones arrancados de sus almas son irrecuperables y se quedan para siempre en su mochila. Conozco varias víctimas de bullying, Uve, y te puedo asegurar una cosa: son magníficas personas, pero están rotas por dentro y ellas son las primeras en reconocerlo. Les han infligido un dolor, un rencor que ha cristalizado en sus personas. Estoy segura de que no serían las mismas personas si no hubiesen pasado por algo así, que nadie merece. Probablemente serían menos fuertes, pero también sospecho que venderían toda esa fuerza impuesta a base de mezquindad. Que preferirían ser más inocentes, más cándidos, más ajenos a la realidad última: que en el mundo hay mala gente que entrena desde bien joven para convertirse en hijos de perra cualificados (con las disculpas debidas a las perritas).

Yo misma he probado el sabor del maltrato en las aulas de mi colegio, aunque lo mío no fue nada comparado con otras escenas que presencié, mucho más recurrentes, con una insistencia a lo largo de los años que no podía sino dejar tocada a la persona acosada, con una crueldad sorprendente para venir de personas que lo tenían todo en la vida, al menos aparentemente. Una miseria asombrosa cuando su dueño no suma dos décadas de vida, o ni una siquiera. Sin embargo, recuerdo muy bien a la persona que en determinados momentos me hizo pasar malos ratos. Recuerdo su cara como un mapa asqueroso. Su voz como un ruido infame. Su sola presencia en mi campo de visión era suficiente para joderme un recreo. Han pasado ya más de quince años de aquellos pocos días, pero nunca olvidaré a ese ser y para mí siempre será un tipo despreciable. Supongo que la "gloria" de los acosadores tiene que estar a la altura de su calidad humana y consiste en eso: en que un puñado de buenas personas (o que al menos intentan serlo) te recuerden como un monstruo.

Si eres un acosador o una acosadora no importa el tiempo que pase, da igual que tú te olvides de tu lista de acosados, de todo el daño que les infligiste, del miedo que les causaste, de las lágrimas que vertieron por tu culpa, de lo que sufrió su familia. Da igual. Siempre, en algún rincón del mundo, serás recordado como una mierda de persona, como una basura. Nada recomendable para el karma, desde luego. Ese será tu legado si decides imponer la ley de tu miseria entre personas que no te han hecho nada, y en edades determinantes para el desarrollo como personas de ambas partes. Si eliges ese camino, en la memoria de muchos, tu imagen no tendrá vuelta atrás, da igual lo que hagas después. No habrá compensación posible. Y además no la merecerás.

Por eso me aterra, me inquieta, me aterroriza si lo pienso durante más de cinco minutos. Si algún día me llegase la noticia de que has maltratado a alguien en tu entorno escolar, que has acosado, que has hecho ese daño irreparable a otra persona. Creo que el sufrimiento para mi sería terrible, así como la decepción y la vergüenza. No lo hagas nunca hija, te lo ruego. Respeta a todo el mundo y practica la tolerancia y la asertividad. Y si te sobra valor, como así espero, no tengas miedo de señalar a quienes tomen el camino de la maldad, y de proteger o apoyar a quienes la sufran. Recuerda que no tienen culpa de nada, que su sufrimiento no atiende a ninguna razón que no sea la inseguridad de una persona que necesita humillar a otros para sentirse mejor consigo mismo. No es ni más ni menos que eso.

Si algún día ves cosas así, o las sufres, ni lo dudes: cuéntamelo todo. Porque ahora tu madre no es la niñata atolondrada e insegura que callaba ante las escenas de acoso que presenciaba. Ahora puedo ayudar y lo voy a hacer, porque siento que se lo debo a todo ese dolor que presencié y que no supe identificar. Dolor que me consta acabó en enfermedades psicológicas, que llevó a gente a negarse a sí misma durante mucho tiempo, que les hizo llorar a escondidas, dolores que fueron ignorados desde quienes tenían la capacidad para arreglar aquella situación. Yo no los voy a ignorar más, y si tu me ayudas contándome lo que ves, todas nos estaremos ayudando. Yo, como madre, te tiendo la mano y se la tiendo a quienes compartan tus espacios educativos. Ahora solo falta que os la tienda el sistema, que os la tiendan los propios centros y sus profesionales, que os ayude también la ley y la sociedad entera. Que se abran todos los ojos para entender que ninguna sociedad de provecho y con futuro puede construirse sobre las ruinas de los invisibles ni sobre niñez y juventud arrebatada.

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