martes, 5 de septiembre de 2017

Cartas a Uve. El precio y el valor.



Si consiguiera que diferenciases rápido y bien estos dos conceptos, qué feliz sería, qué tranquilidad me daría, qué buen sendero estarías eligiendo para observar con cierta distancia el circo capitalista. 

Soy consciente del mundo al que te he traído, de la civilización que habitamos, de sus motores y de sus combustibles.  Y me preocupa que los conozcas para que el teatro mundo no te engañe más de la cuenta. Lee esta carta, querida Uve, cada vez que dudes o creas confundir lo que vale algo de lo que cuesta. Y si después aún dudas, no te olvides de observar tu corazón, pues el valor, que es lo único importante, reside ahí mismo. 

El precio tiene una importancia capital en los movimientos de la historia, de las sociedades y de los individuos. El valor… Creo que el valor muchas veces no se comprende. Y me duele que se confunda una cosa con otra, porque evidencia nuestra frialdad y capacidad calculadora por encima de nuestra capacidad de sentir. 

Poner precio a algo, no es valorarlo. Hija. Métete eso en la cabeza. En todo caso, es tasarlo. El precio son números: sumables, acumulables, divisibles, multiplicables, pero solo eso. Cifras. El valor es más abstracto. El valor es el termómetro de la importancia vital de una persona, de una vida animal o vegetal, de un ecosistema, incluso de algunos objetos. 

Normalmente lo que más valor tiene, no tiene precio. 

¿Qué precio le pondríamos al aire que respiramos? ¿Y al sol que cada día nos manda sus rayos de vida? ¿Podrías tasar la sensación de compartir tiempo con las personas que quieres? ¿Cuánto pagarías por un recuerdo feliz? ¿Qué billetes aceptarías a cambio de una de tus convicciones más profundas? ¿Tienes algún objeto que no cambiarías por nada del mundo? Si esta última respuesta es un sí, pregúntate a ti misma, por qué ese sí. Sobretodo, si no has encontrado respuesta para las preguntas anteriores.

Espero que sea un sí de corazón. Un sí que nazca de que algo te remueve por dentro solo de pensar en perder ese “algo”. Que también puede ser un “alguien”, un momento, un entorno, una oportunidad. Ese instinto de conservación de las cosas que te importan, es el valor que les das. No hace falta que tengan un alto precio en tasación. El valor es irreductible a números, es inmune a las matemáticas.
A ver si consigo que lo entiendas. El valor es un recuerdo imborrable. Una experiencia irrepetible. Una persona especial. Alguien  a quien amaste. Una infancia feliz. Una abuela irrepetible y las pocas cosas materiales que dejó tras su último viaje. Un paisaje de ensueño. El aire que respiramos. Los animales que acompañan el poco equilibrio que le queda a la naturaleza que habitamos y que nos da la vida. El valor siempre va de la mano de las mejores cosas de la vida. 

Cuando un objeto material tiene auténtico valor, es porque ha estado ligado de forma muy especial a la vida. Por eso no queremos perder, por ejemplo, un regalo especial que nos hicieron, porque en él está impreso el amor de una persona hacia nosotras. Por eso seguimos guardando ese juguete roñoso que nos recuerda que una vez, fuimos felices niñas.  Por eso sufrimos si perdemos algo de alguien que ya no está, por irrecuperable, porque parece que ese pequeño aliento de recuerdos que nos da esa “cosa” se pierde un poco más con ella. Ese es el valor. Al menos, así lo entiende tu madre. Ojalá quieras entenderlo también tú así, y aprendas a valorarlo todo desde la felicidad que aporte a tu vida. 

Hay quien te dirá que todas tenemos un precio, refiriéndose a las personas. No les creas. Muchas lo tienen. Otras no. Procura rodearte de éstas últimas. De personas de valores y que sepan valorar y no poner precio. Porque insisto. No es lo mismo. No es ni parecido. Vivimos en una sociedad tan podrida que tendrás que ver como unas personas compran y venden a otras, como algunas incluso lo justifican. Como se pretende poner precio hasta a los rayos de sol. Como se confunde una y otra vez lo valioso con lo caro, y como demasiado a menudo detrás de lo más caro y opulento hay una brutal falta de valores. Diamantes de sangre. Minerales impregnados de muerte en nuestros teléfonos móviles. Brutalidad y maltrato animal tras los manjares más exclusivos. Coches de lujo que además, son los más contaminantes. Y millones de seres humanos que aún prefieren acumular y no valorar. Que miran hacia otro lado aún sabiendo que hay precios que no deberían pagarse, por cordura. No seas de ellos, hija. Apuesta por dar valor a las cosas que lo tienen e ignora los cantos de sirena del consumismo y las falsas promesas del capitalismo depredador.

El precio solo va de la mano del dinero. Y el dinero no vale nada. Ni siquiera el que ganas trabajando porque, ¿sabes? Esas monedas y billetes, o esa cifra que asciende en la pantallita de un cajero automático, de por sí, no tienen valor. No lo tendrían sino porque simbolizan tu esfuerzo, la recompensa a tu honradez y a tus ganas de ganarte la vida y a disfrutarla. El valor del dinero no es el billete ni lo que puedas comprar con él, es lo que significa: dignidad y nobleza si se gana limpiamente. Vergüenza y desfachatez si se obtiene por malas artes o si llega sin esfuerzo. El dinero es una herramienta, aunque también es una energía que a mí no deja de parecerme algo turbia cuando observo cuántas veces es capaz de sacar lo peor de las personas. No busques dinero en la vida, hija. Ni nada que lo simbolice. Busca darle valor a tu existencia, y utiliza el dinero como la herramienta que es, pero no lo idolatres, ni lo acumules, ni mucho menos te jactes de él. 

El dinero va y viene. Los precios suben y bajan. El valor es para siempre. Quizás por eso los banqueros y economistas quisieron apropiarse del término, para que una cosa que no vale nada, pareciera tener valor. Pero olvídate, Uve. La vida, es otra cosa. Los valores son patria y bandera, construcción personal, y refugio. Acumula valor y valores en tu vida y deja que te ayuden a crecer como persona. Cuídalos y defiéndelos siempre y no cometas el error de venderlos ni ponerles precio. No vaya a ser que le demos la razón a los idiotas que se creen que se puede reducir a números lo que solo de corazón entiende.

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