Siguiendo al hilo de las recientes elecciones autonómicas y municipales,
tenía ganas de hacer una reflexión sobre un fenómeno que observo a menudo y que
me llama poderosamente la atención. Creo que no tiene un nombre científico aún,
pero podríamos denominarlo algo así como el “votante tránsfuga” o “voto
desideologizado”.
Vaya por delante que respeto muy mucho el derecho de cada
uno a votar a quien le de la real gana, pero también respeto mi derecho a
desahogarme como si de una religión se tratase, por eso de no enfermar por
exceso de bilis. Y es que no entiendo, por más que me lo expliquen, esa forma
de votar que tienen algunas y algunos, que votan en las locales a un color
político, y en las autonómicas a otro diferente. Al opuesto. Es relativamente
frecuente encontrar municipios en los que gana, por ejemplo, el Partido Popular
a nivel local, pero el Socialista a nivel autonómico. Se me ocurren varios
municipios extremeños a los que no hace falta mencionar. Que tampoco estoy
buscando que me declaren persona mon grata de aquí y de allá.
Este tipo de voto encierra un planteamiento que me parece
particularmente erróneo por lo que detrás esconde: un proceso profundo de
desideologización del personal. La gente no tiene ideología, ni la busca, ni le
interesa. En las poblaciones más pequeñas los casos son más sangrantes porque el
planteamiento muchas veces es el siguiente: este tipo me cae bien, le voto. Tú
emites tu voto sin plantearte la ideología que implica, y luego pasa lo que
pasa. Que el tío majo tiene un partido detrás, y ese sí que conoce algo de su
propia ideología, y es ni más ni menos que la directriz que seguirá a la hora
de plantear todas las políticas que te afecten directamente en los próximos
cuatro años. En definitiva: el voto puede emitirse sin ideología detrás, pero
las políticas nunca se harán sin ella.
Otra cosa es que no diferenciemos la derecha de la
izquierda, pero ese es un problema que se soluciona leyendo y trabajándolo un
poco, no es imposible. Leerse los programas de los partidos es un buen comienzo.
A mí que me expliquen cómo alguien que ha leído el programa popular y el
socialista puede dar un voto para cada uno en las mismas elecciones. La sintomatología
está mucho más clara que la enfermedad, pero se intuye que el programa ni se ha
ojeado, y ese es un indicio de una disfuncionalidad política que a estas
alturas de la película no nos deberíamos permitir si queremos sacar algo en claro.
No se trata de sacarse un carnet concreto, ni de rasgarse
las vestiduras por un color político si no le sale a uno de las narices. Se
trata de diferenciar los intereses políticos que podamos tener de la simpatía
o cercanía de una persona concreta. La socialización influye en estas
cuestiones, no vamos a decir que no. Es fácil que una persona salga votante del
PP si su familia tradicionalmente lo ha sido (Esto es asombrosamente fácil).
También es frecuente votas a un color concreto si tenemos un familiar en las listas (cosa no siempre relacionada con la ideología). Pero por otra parte, deberíamos tomar por difícil otras combinaciones que sin embargo
se dan, como que un obrero de toda la vida vote a la derecha. Pocas cosas hay
más antinatura. ¿Qué pasa? Principalmente, que no se considerará obrero, o que su primo va en las listas, o que se ha tomado alguna vez una caña con una de las candidatas y le cayó muy bien. Quizás ha hecho un pequeño capital a base de partirse el lomo durante décadas y ahora se piensa que sus intereses y los de Patricia Botín son los mismos, en una delirante aliteración política. No obstante,
mis gatos tampoco se consideran gatos (creo que no se consideran nada en especial)
y sin embargo lo son, se pongan como se pongan. Y si de repente tuviesen
dimensión política y se pusieran a votar, por ejemplo, a favor de un proyecto político que impida comer
a su especie, yo por lo menos les preguntaría si están bien de la cabeza. Pero si además votasen a los gatos en unas elecciones y a los ratones en otras, pensaría simplemente que saben muy poco del mundo que les rodea.