jueves, 1 de agosto de 2013

LETRAS DE LUTO

Hace días que quería abordar el tema de la tragedia de Santiago. La verdad es que con casos como este, te sientas ante las teclas, página en blanco, y tarda en salir algo que exprese mínimamente lo que supongo muchos compartís desde los últimos días: el desasosiego, la impotencia, el miedo incluso ante la tremenda fragilidad con que se rompe la vida humana así, de repente y sin previo aviso, ese sentimiento de que podría haber sido cualquiera. Esta inmensa tristeza. 

Han muerto setenta y nueve personas. No quiero ni pensar en que condiciones. Simplemente iban de viaje, de bautizo, de vacaciones, de fiesta, y se han quedado en el camino. Así es la vida humana, sujeta a tanto azar, a tanta casualidad fatal, a esta lotería a veces infame donde tu número puede salir de repente.

Aunque también es cierto, y he aquí el dilema sobre lo humano y lo divino que seguramente no desvelemos aquí y ahora –y quien sabe si lo haremos- sobre la naturaleza de quienes suelen sufrir este tipo de tragedias: siempre el pueblo. Eso me hace sentirlo mucho más, porque quienes iban en ese tren eran trabajadores, personas probablemente de bien, de las que se ganan la vida como pueden, y que no van pensando en si los mecanismos de seguridad a los que encomiendan su vida van o no a funcionar. Cuando se suben al tren ni lo piensan: saben que lo harán, saben que su vida no peligra, cuando la realidad en ocasiones es cruelmente distinta. 

No es precisamente ahora tiempo de emitir juicios ni a unos ni a otros. Sin embargo, algunos juicios populares y mediáticos ya comenzaron mucho antes de la detención del maquinista. Por supuesto, y sin ánimo de eximirle de la culpa que pueda llegar a tener en el suceso, creo que es el momento de ampliar las miras y no demonizar al trabajador, el maquinista, el último cabo en la cadena de seguridad que habría que mirar con lupa, así como tener en cuenta a los organismos responsables de dicha seguridad a la hora de repartir responsabilidades.  

De momento, parece que este ejercicio no se está haciendo, y lo lamento desde el punto de vista periodístico, porque la tónica está siendo la demonización del maquinista desde los propios medios y no me parece justo. Como suele decirse, “cada palo que aguante su vela”, y si el maquinista tiene que responder ante la justicia así o hará, solo sería bueno que pudiera hacerlo con el respeto de los medios de comunicación, algo que ya parece difícil. 

En 2006 tuvo lugar un accidente igualmente brutal en el metro de Valencia al que se dio carpetazo con el mismo argumento: el maquinista fue considerado máximo y único responsable del siniestro. Claro que en esta ocasión estaba cantado porque el conductor del metro falleció en la tragedia. Hoy, años después, este argumento se cuestiona, y asociaciones de víctimas siguen aún reivindicando una investigación donde se tengan en cuenta ciertas negligencias en materia de seguridad responsabilidad de la administración pública. Para que las víctimas de Santiago no se vean en esas: abandonados y olvidados por el gobierno, año tras año reclamando justicia, debemos parar ya con la criminalización sistemática de una sola persona, y tratar de ver más allá. Teniendo en cuenta los antecedentes y que en este país siempre han gustado mucho las “cabezas de turco”, es el momento de observar la investigación y esperar los resultados para emitir críticas. 

Mientras tanto, todavía hay que tragar con las fotos de rigor, así funciona el juego. Uno no tiene bastante con tener que enterrar a un familiar cuya vida ha sido cercenada por la adversidad más dramática, sino que además tiene que recibir el pésame de los de turno: realeza, presidentes, políticos en general. He de reconocer que me emocionó la intervención de Núñez Feijoo pero las demás, la verdad, me han dejado fría. 

La madre de una joven de dieciocho años fallecida en el tren, con toda la aflicción que pueda estar sintiendo teniendo ante sí lo que probablemente es lo peor que le puede pasar a una madre: perder una hija en la flor de la vida, sin oportunidades para despedidas y con tanta vida por compartir, todavía ha tenido el coraje de llamar a las cosas por su nombre y despreciar a quienes han ido a hacerse una foto a costa de su desgracia de la que probablemente saquen notable rédito político. Es justo a lo que me refería. La foto sigue siendo importante, menos mal que ya hay quien sabe diferenciar la paja del grano, como aquellos que les negaron el saludo a los príncipes, suceso que por cierto, ningún medio ha recogido. Qué sorpresa. 

Además de reflexión y desahogo personal, este artículo pretendía ser un homenaje a los vecinos de Angrois, que estuvieron muy a la altura de las circunstancias ayudando a los heridos antes incluso de que se personaran las autoridades y el personal sanitario. Demostraron con creces que hay gente maravillosa y muy capaz de mirar por los demás, algo que no suele a menudo verse tras el opaco velo de individualismo y pensamiento egoísta que suele rodearnos en nuestra cotidianeidad. Estas personas me han reconciliado con el ser humano para una buena temporada, junto con los donantes de sangre que acudieron en masa al llamamiento, junto a tantas y tantas personas que han sentido en lo más profundo de sus corazones una tragedia que es de todos. 

Y a quienes tienen que reponerse y curar las heridas físicas y psicológicas, toda la fuerza y el apoyo junto con los mejores deseos desde Los Días Inciertos, aún más inciertos desde el 24 de julio.
Alba Sánchez

1 comentario:

  1. Siempre ,siempre es el pueblo.El pueblo de cuyo sudor viven los "poderosos".Ahora quieren quitarnos el 10% del sueldo ,dicen que eso creará empleo.
    Como decía siempre es el pueblo el que da ejemplo de todo"ver la historia".Hoy ha sido gente sencilla y trabajadora "el que tenga trabajo que esa es otra" para esa gente anónima de las que me siento orgulloso de pertenecer mi más profundo respeto y mi admiración sin límites.

    ResponderEliminar

Gracias por tu opinión