Mi corazón oprimido
Siente junto a la alborada
El dolor de sus amores
Y el sueño de las distancias.
La luz de la aurora lleva
Semilleros de nostalgias
Y la tristeza sin ojos
De la médula del alma.
La gran tumba de la noche
Su negro velo levanta
Para ocultar con el día
La inmensa cumbre estrellada.
¡Qué haré yo sobre estos campos
Cogiendo nidos y ramas
Rodeado de la aurora
Y llena de noche el alma!
¡Qué haré si tienes tus ojos
Muertos a las luces claras
Y no ha de sentir mi carne
El calor de tus miradas!
¿Por qué te perdí por siempre
En aquella tarde clara?
Hoy mi pecho está reseco
Como una estrella apagada.
Siente junto a la alborada
El dolor de sus amores
Y el sueño de las distancias.
La luz de la aurora lleva
Semilleros de nostalgias
Y la tristeza sin ojos
De la médula del alma.
La gran tumba de la noche
Su negro velo levanta
Para ocultar con el día
La inmensa cumbre estrellada.
¡Qué haré yo sobre estos campos
Cogiendo nidos y ramas
Rodeado de la aurora
Y llena de noche el alma!
¡Qué haré si tienes tus ojos
Muertos a las luces claras
Y no ha de sentir mi carne
El calor de tus miradas!
¿Por qué te perdí por siempre
En aquella tarde clara?
Hoy mi pecho está reseco
Como una estrella apagada.
(Alba, de Federico García Lorca)
Si pudieras ver, Federico, lo que fue de tu país –el nuestro-
después de tu muerte. Si pudieras saber que nunca volvimos a ser los mismos que
fuimos, que todo se sepultó bajo toneladas de desidia, con cruel olvido
macerado en décadas.
Si te quedase desde donde estés un pequeño agujero para
observarnos hoy, puede que quizás quisieras taparlo y girar la cabeza, no mirar
que la realidad ha superado definitivamente a todo lo esperable. No querrías
ver, seguro que no, que nunca fuimos a mejor, y que en buena parte es así hoy
porque perdimos gente como tú, como Miguel, como Antonio. Como tantos y tantos
represaliados, exiliados, muertos a manos de la sinrazón y del odio.
Tu fuiste especial, Federico, no hay más que penetrar en tu
viva mirada a través de la magia que solo una fotografía de entonces puede
lograr. En pocas no sonríes. Tenías fama de buena gente, apuesto a que así era,
y sin pretender pecar de sentimentalista. Simplemente así me lo transmite tu
rostro que me habla a través de las épocas que hubo entre tu muerte y mi
llegada a este espacio incierto que llamamos “hoy en día”.
El mundo habría sido un lugar mejor contigo, si hubieras tenido más tiempo para llenarlo de poesía, de teatro, de arte. La condena de este
país fue ser el verdugo final de personas como tú, con tanto que ofrecer. Tu
leyenda vive, setenta y siete años después, por lo grande que fuiste, por tu
arte limpio, alegre, sensible, por tu transgresión total con respecto a cualquier
convención rancia, por ir, como fuiste junto con el resto de la Generación del
27, pasos por delante en el arte, en la filosofía, en la política y en
humanidad. No era este un país para vosotros después de la Segunda República,
Federico. Quizás te habría dolido a ti, que querías a tu tierra y le cantabas
tus artes al amor. No era este, entonces
–ni ahora- un país para románticos. No después de que marchases.
Pasan los años y tu rostro cobra cada vez más significado en
más ámbitos. Quienes pretendieron arrancar tu gracia de nuestra tierra no
hicieron sino sembrarla más profunda, a golpes infames. Ahora florece, hace ya tiempo. Nunca
consiguieron borrarte de la primera línea literaria del país, porque hacía
falta mucho más que borrarte de los libros de texto. Tú has sido un grande que
nunca serán tus verdugos, quienes si bien no han sido olvidados, si repudiados
por la historia. Por arrancarte una vida
tan fructuosa en alegría y en sensibilidad, de las que ya no quedan. Por
cercenar la gracia de la mejor generación literaria que ha parido un país que
quizás no se la merecía. O no supo valorarla, y participó en su silencio.
Esa gota de tristeza que golpea la frente de España no cesa,
Federico, desde que te robaron la vida y el derecho a crear muchas más obras de
teatro, poesías, tan sencillas como soberbias, como encantadoras, con esas
toneladas de creatividad pocas veces vista. Qué triste fue perderte Federico. A
ti, y a todo lo que, por la maldad humana, dejaste de escribir para regalar al
pueblo.
Ahora eres eterno en tus obras, y en la memoria de muchos. Porque así lo mereces, y porque pase el tiempo que pase, siempre será una inmensa tristeza que hubiera alguien en el suelo de este país -a veces tan ingrato- capaz de dispararte, y siempre será, pese a toda la amargura de tu final, un gran orgullo reconocernos a través de los tiempos como habitantes del país que contaste a través de tus letras.
A Federico García Lorca
Alba
Hoy más que nunca estoy orgulloso de mi hija que ¿por cierto cumpleaños?
ResponderEliminarMuchas felicidades de un padre que te quiere y te admira con profundo respeto,
Gracias cariño.