“Un país, una civilización, se puede
juzgar por la forma en que trata a sus animales”.
Lo
decía Gandhi allá por los años noventa, y la vigencia de su afirmación es
total. Lástima que sea en sentido negativo, y que al parecer aún no hayamos
aprendido, pese a nuestro desarrollo tecnológico y intelectual, a respetar y
convivir en paz con nuestros compañeros de viaje.
El
maltrato animal es un hecho en la historia de la humanidad, incluso es uno de
los pilares del desarrollo en sus albores. Quizás no siempre hemos tenido plena
conciencia de estar maltratando a un animal, pero lo que si es obvio es que
tradicionalmente les hemos considerado cosas, posesiones de las que podíamos
disponer a nuestro antojo y para nuestro interés por diferentes motivos.
A
algunos se les acoge en casa, se les quiere desaforadamente durante un tiempo
(según las estadísticas, especialmente entre navidades y el mes de abril, justo
antes de comenzar a hacer las maletas para irse a la playa) y luego se les
despacha en cualquier cuneta o gasolinera. Como si no fueran seres vivos, como
si no pasasen calor o hambre, como si después de todo, merecieran terminar
atropellados o sacrificados. Como si fuesen juguetes pasados de moda.
Con
otros nos divertimos en encierros donde hay muchos más animales que los toros
en sí. Por alguna razón que se me escapa, en demasiados lugares de nuestro país
parece imposible divertirse sin que sea a costa de unos cuantos toros a los que
aturdir entre miles de mozos borrachos. La tradición por encima del derecho del
animal a la vida y a la dignidad. Al fin y al cabo son nuestros, y como tal
podemos matarlos, jugar, y hacer lo que nos de la gana porque según parece, los
animales no sienten ni padecen. Por favor, entiéndase la ironía.
A
veces me pregunto qué pensarían otras civilizaciones hipotéticas, venidas de
los confines del Universo conocido, si nos vieran lanzar cabras de los
campanarios, lancear a un toro indefenso porque “es la tradición”, o encenderle
los cuernos con fuego con la única finalidad de hacer el ganso y el cafre. Para
divertimento de unos minutos, condenamos a un animal a una muerte cruenta, y no
mostramos la más mínima asertividad hacia un ser inocente.
Según
Anima Naturis –la más grande organización iberoamericana por los derechos de
los animales- cada año mueren en España 40.000 toros en corridas o diversos
festejos, además de unos 200 caballos. Solo por diversión, solo por tradición.
A
parte del dato, no hay que dejarse engañar por el politiqueo y el mercado de
votos que todo lo impregna. Cuando parecía que algunas comunidades como
Cataluña daban un paso adelante prohibiendo las corridas en las plazas
catalanas, la verdad de fondo es que los toros embolaos ni tocarlos, y ahí
siguen ardiendo sus astas cada verano porque quitarlos tendría una repercusión
importante en el recuento electoral. No nos dejemos engañar: hipocresías las
justas. La defensa animal debe ser íntegra, y nunca una estrategia política.
El
maltrato animal es un concepto amplio que recoge diversas formas de vejación:
golpes, humillaciones, peleas organizadas, transportarlos inapropiadamente,
mantenerlos en estado de malnutrición o insalubridad, sin cobijo, en
instalaciones inadecuadas, con dificultades para su movilidad o sin atención
veterinaria.
Todos
hemos pasado en alguna ocasión por alguna finca donde las vacas –o lo que
fuese- se torraban al sol de agosto sin el sombrajo más rudimentario al que
acogerse. Si alguno ha recapacitado sobre ello alguna vez, que sepa que es
posible denunciarlo a Seprona, y que tales exigencias son obligatorias para el
dueño de los animales: no caigamos en ese sentir de “estamos perdiendo el
tiempo” y demos un paso adelante por los más indefensos.
Hace
poco hemos acogido a un gato en casa de mis padres. Estaba famélico, lleno de
heridas de peleas callejeras, y con los bigotes y las cejas cortados –esto
último no creo que se lo hicieran otros gatos en trifulcas-. Si algún desalmado no tiene nada mejor que
hacer que cortarle a un gato los bigotes, si de alguna manera es su forma de
reforzar su ego de especie superior, debería hacérselo mirar sin duda. Tal
divertimento no dice mucho de la calidad de lo que hay dentro de esa cabeza. Como
el asesino de gatos de Talavera, como quienes cuelgan a sus galgos cuando se
hacen viejos y no pueden cazar, como tanto salvaje, como tanto enfermo suelto.
Bernabé
–así se llama el gato que encontramos- ha tenido una segunda oportunidad, y por
suerte para él, no ha sido uno de los peores casos. No obstante, solo una
conciencia común y solidaria que asuma que los animales son compañeros y no
posesiones, y que merecen todo el respeto de mundo, nos convertirá en mejores
personas, en seres humanos como tal. Mientras sigamos consintiendo maltrato
animal indiscriminado, o practicándolo, nuestra civilización tendrá pendiente
su asignatura más importante: la de la humanidad.
Hay
pasos que dar, soluciones que aportar entre tanta negatividad: no compres un
animal, adóptalo, sálvale la vida de morir en la perrera, o acude a una
protectora para ayudar a un pequeñajo a tener una vida mejor. Lo que recibirás
a cambio por su parte, no tiene precio. Recuerda que es para toda la vida, no
es un juguete sino que será uno más en tu familia. Si no puedes asumir esto,
simplemente no tengas animales.
No
acudas a fiestas populares que impliquen maltrato animal, rechaza frontalmente
cualquier práctica donde el animal sea cosificado para nuestro divertimento o
por nuestro interés. No son juguetes, menos cuando lo que está en juego es su
propia vida.
Si
comes animales, al menos que sean adultos, no crías, y apuesta por la ganadería
ecológica. No hay derecho a tratarlos como mercancías, son vidas inocentes que
no tienen porque pagar el precio de nuestro egoísmo. La cadena alimentaria no
lo justifica todo, al fin y al cabo, qué pensaríamos si esa civilización
extraterrestre se zampara a nuestros bebés “porque están más tiernos”, cuando
desde el punto de vista nutricional no tiene justificación, es que no hay que
hacerlo.
Por
un mundo donde haya sitio para todos, concienciémonos: NO AL MALTRATO ANIMAL.
Alguien dijo "cuanto más conozco al ser humano más admiro a mi perro.
ResponderEliminarCreo que esa frase lo dice todo.